Mientras Hamas libera al periodista británico Alan Johnston, después de 114 días de cautiverio, para mejorar su imagen internacional, las Farc asesinan a once diputados sometidos durante casi dos mil días. El día del asesinato se reunieron con un delegado europeo; días antes, vieron retornar a la libertad a su canciller, ‘Granda’; días después, celebraron su aniversario.

Nada dicen del paradero de los cadáveres y hasta lo han convertido en instrumento para disminuir ‘la confrontación militar’ en una zona que se abstienen de mencionar, como para que se les despeje todo el suroccidente del país, y, no tan casualmente, envían nuevas pruebas de supervivencia, en las que soldados y policías parecen muñecos de ventrílocuo: un soldado nos quiere convencer —sin lograrlo— de que el niño Emmanuel la está pasando mejor que en Disney: los guerrilleros juegan con él y lo montan a caballito cuando está muy cansado de trashumar de allá para acá. ¡Qué ternura de guerrilleros!

Que los familiares de los secuestrados padezcan síndrome de Estocolmo, vaya y venga. Nada más normal que el que esa venerable y hermosa dama que es doña Clara de Rojas tenga algo de sosiego en la creencia de que al niño no lo están martirizando y que para él es como un juego, como en el filme La vida es bella, de Benigni. También es comprensible que la joven Carolina Charry, hija de un diputado asesinado, impute al Presidente por indolencia y lo considere cómplice del crimen. Pero, si nadie cree en las buenas intenciones de Hamas, ¿cómo creerles a las Farc y por qué hay quienes insisten en un despeje incierto y en las bondades de un acuerdo que las Farc rehúsan?

Eso tiene relación con la famosa carta de los llamados ‘intelectuales’, en la que se abstuvieron de condenar los crímenes de la subversión, y con la solicitud de Gustavo Petro para que el Polo se deslinde de forma clara y contundente de las Farc. Replicó Carlos Gaviria que ellos emitieron un mensaje de rotundo rechazo al crimen de los diputados, pero en este no se condena a la guerrilla y ni siquiera la mencionan, como si los diputados hubieran sido secuestrados y asesinados por obra y gracia del Espíritu Santo. Petro también demandó participar en la marcha del jueves, pero el Polo se apartó; lo que hicieron fue pedir despeje y acuerdo sin recriminar a las Farc y sin exigirles renunciar al secuestro.

El caso es que resulta incomprensible que se sigan pidiendo concesiones como el despeje cuando la prueba reina que demuestra su inconveniencia para el país —y para los secuestrados— es que la misma guerrilla lo exige con fervor. Esa es una verdad de Perogrullo. Hay que ser muy ingenuo para creer que el mero despeje de Florida y Pradera es la llave de la libertad de los secuestrados. Recuérdese que, a finales del 2005, el Gobierno aceptó un área de confianza de 180 kilómetros cuadrados, propuesta por países amigos, en el corregimiento El Retiro, de Pradera, que la guerrilla rechazó. Las Farc aducen riesgos de seguridad para tres delegados segundones, pero en poder del Establecimiento han estado ‘Granda’, ‘Trinidad’, ‘Arteta’, ‘Sonia’, ‘Hugo’, varios del Eln, del Epl, etc., sin que se les haya partido ni una uña.

Ese despeje moriría sin acuerdo porque tras él vendrían otras exigencias, cada una más inadmisible que la anterior, y condiciones caprichosas que habría que seguir al pie de la letra una vez dado el primer paso. ¿Despejar a Vichada o Guaviare, dos o tres meses, para poder sacar a los secuestrados? ¿Despejar Cauca y Nariño para la entrega de los cadáveres? Con las Farc, 45 días se convierten en 450.

No hay peor ciego que el que no quiere ver: las Farc no están en el plan de entregar a nadie, sino de quitarse el Ejército de encima. Ellos cerraron la única ventana que estaba abierta y si no hacen un acto de paz —como, por ejemplo, entregar a Emmanuel—  no tiene sentido abrir una puerta que da de cara al abismo. ·

Publicado en el periódico El Tiempo, el 10 de julio de 2007.

Posted by Saúl Hernández

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