Cuando Álvaro Uribe Vélez ganó las elecciones del 2002 mencionó que se proponía solicitar al Banco de la República un “cambio de cartilla”, con el fin de devaluar el peso de manera constante para ganar competitividad. Se dice que el Emisor se esfuerza demasiado por controlar la inflación —revaluando— y muy poco por generar empleo, lo que puede conseguirse devaluando la moneda. Lo cierto es que seis años después el peso se sigue fortaleciendo en beneficio de algunos —los importadores y quienes tienen deuda en dólares, incluyendo al Gobierno—, y en detrimento de las mayorías.
Es muy preocupante que la balanza comercial sea negativa en 51 millones de dólares en el periodo comprendido entre enero y noviembre del pasado año cuando, en 2005, ese mismo periodo reportaba US$ 1.335 millones a favor. Esto podría ser consecuencia del dólar barato y constituye un lunar dentro de las cifras que señalan el buen momento de la economía colombiana, con un crecimiento superior al 6 por ciento en el 2006. Fenalco acaba de expresar que el diciembre anterior fue el mejor de los últimos 10 años y la cifra de venta de automóviles en todo el 2006 marca un nuevo record: más de 200 mil unidades.
Si se sopesa todo esto con la inquietante realidad de un desempleo que no cede, hay que preguntarse si el crecimiento está apuntalado básicamente en el crecimiento del comercio, en la venta de importaciones suntuarias, como vehículos de gama alta y televisores de plasma, y no de bienes de capital como se pregona. También inquieta pensar que el boom constructor de viviendas de estratos altos y locales comerciales esté ocasionado por la proliferación de dólares de dudoso origen, en unos casos, y de los que están irrigando la economía por las privatizaciones y la compra de empresas por parte de conglomerados extranjeros. En todo caso, preocupa que el crecimiento de ciertos sectores no esté fundamentado en una dinámica propia sino en la abundancia de dólares.
Con el paso de los meses sabremos si el crecimiento es sostenible o si terminaremos el año señalando culpables de lo que se advirtió a tiempo y no se corrigió. Cuando se tiene entre sienes la idea fundamental de que el crecimiento debe conseguirse mediante el comercio sin barreras, orientando la producción a la búsqueda y conquista de nuevos mercados, es absolutamente incompatible y peligroso mantener una corrosiva revaluación.
Si bien las exportaciones crecieron de enero a noviembre en un 15 por ciento, podría decirse que nuestra vocación exportadora es aún tímida y que los nubarrones para la misma siguen estando ahí y terminarán por aguar la fiesta si no se despejan. Al problema del dólar súmese la pesadilla del TLC gracias al triunfo del Partido Demócrata en los E.U., cuyos miembros se oponen al Tratado con Colombia dizque en defensa de nuestros trabajadores cuando lo único que buscan es quitarnos la ventaja de la mano de obra barata. Como si fuera poco, el panorama en materia de carreteras y puertos no es alentador ni se ha trabajado lo suficiente en capacitación de mano de obra calificada que genere valor agregado y aumente las exportaciones de productos y servicios de alto costo. Además, aún están por verse los efectos de la nueva estructura tributaria que, aunada a la inseguridad jurídica, han sido graves estorbos a la inversión extranjera directa. No en vano el Banco Mundial y Price Waterhouse ubican al sistema tributario colombiano en el puesto 172 entre 175 países, apenas por encima de Mauritania, Ucrania y Bielorrusia.
Las exportaciones colombianas en 2006 (enero-noviembre) apenas llegaron a 22 mil millones de dólares mientras que las de Argentina, con menos de 40 millones de habitantes, ascendieron a US$ 46 mil millones, con un superávit de 12 mil; y las de Chile, con menos de 20 millones de habitantes, alcanzaron una cifra récord de US$ 59 mil millones (45 por ciento más que en 2005), con un superávit de US$ 23 mil millones, o sea más de lo que exportó Colombia.
China, con quien competimos en muchas áreas, tuvo un superávit de US$ 177 mil millones mientras que el presupuesto de Colombia para 2007 es de apenas US$ 52 mil millones, del cual más de la mitad se desperdicia en funcionamiento, corrupción y servicio de la deuda. Y a pesar de las cifras, se insiste en revaluar.
Publicado en el periódico El Mundo de Medellín, el 29 de enero de 2007
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