El calendario escolar en Colombia es de 40 semanas anuales, de manera que, visto así, se estudia tieso y parejo… A ver: si a 365 días les quitamos 104 sábados y domingos, quedan 261 días; si restamos 31 días de diciembre, 21 días de enero y 20 más de vacaciones de mitad de año, entre junio y julio, quedan 189; y si restamos unos diez días de noviembre, siete de Semana Santa y diez festivos, quedan 162 días para estudiar, menos de la mitad del año. Entretanto, según datos de Eurydice y la OCDE, el número de jornadas de clases del año escolar en países desarrollados varía entre 175 y 220 días.
Pero, además, sólo se estudian seis horitas al día, más o menos el promedio mundial aunque países como Chile, Brasil y Francia tienen jornadas de ocho horas. El calendario escolar, sin embargo, se deshoja como una margarita: hay que descontar una semana deportiva y cultural ya clásica, casi siempre en el segundo semestre del año; se dedica un día por bimestre para entregar notas; se dejan de impartir clases durante los exámenes finales —también es regla general en casi todo el mundo—; se programan actos cívicos, inauguraciones de juegos deportivos, homenajes a la bandera y ‘convivencias’; se dan permisos para asistir a torneos de fútbol, de porrismo o de ortografía, en el mejor de los casos, o para presentaciones del coro del colegio, la banda marcial o el grupo de merecumbé.
En las tardes —o en las mañanas para quienes estudian en jornada vespertina—, a los muchachos los educa el televisor, el jíbaro de la esquina y la empleada doméstica, entre otros. Las tareas las hacen Mr. Google, Wikipedia y el pilo del salón; a veces colaboran mamá, papá, tíos y abuelos, siempre y cuando existan, tengan tiempo para el infante o el adolescente y cuenten con alguna instrucción para que no salgan con que “‘Edipo’ se quita tomando agua al revés”. La biblioteca es, por supuesto, territorio enemigo, y cualquier hora es buena para las chiquitecas, las canchas, las esquinas —esas universidades del delito—, y para el alcohol, las drogas y el sexo precoz, irresponsable y a veces lucrativo.
Bajo ese panorama, y cuando se está discutiendo el Plan Decenal de Educación, sale el Gobierno a plantear una semana de descanso previa al festivo de la Raza. Claro que advierte que esa semana debe reponerse en otra época del año para no afectar las ‘40’ semanas de estudio ni las escasas siete semanas de vacaciones de los atribulados docentes, protomártires de la Patria. Ya se quisieran los soldados siete semanas al resguardo de las balas y las minas quiebrapatas; y qué tal para los indelicados choferes de bus, a ver si paran las muertes absurdas en las carreteras.
El Presidente Uribe venía mencionando de tiempo atrás la importancia de impulsar el turismo en la mitad del segundo semestre del año, que es temporada muerta. Ese no es un favor para el Hilton ni para el señor Efromovich, sino para cientos de miles de colombianos de extracción humilde que han encontrado alguna redención en el turismo de carretera a los pueblos, pero no parece sensato incentivar ese turismo enviando los chicos a vacaciones mientras los padres están trabajando.
Lo lamentable es que no se tomen medidas realmente importantes para la educación de los niños y jóvenes. El problema no es sólo de cobertura, a lo que siempre le apuntan los gobiernos. Es de baja calidad del profesorado, es de falta de pertinencia de los contenidos, es de baja intensidad horaria y poca optimización del tiempo en clase, etc. No debe extrañarnos el que en apenas 20 años los problemas de los jóvenes ‘de bien’ hayan pasado de ser simples pilatunas a cosas muy graves como lesiones personales, robos, violaciones y homicidios, y que un bachiller no sirva ni para barrer. Colombia no puede ser un criadero de vagos si queremos salir de este embrollo algún día.
Publicado en el periódico El Tiempo el 1 de mayo de 2007
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