Una de las primeras acciones de gobierno de Sergio Fajardo —si mal no recordamos— fue archivar el grotesco cambio de imagen corporativa de la administración precedente, retomando el uso del tradicional escudo municipal en lugar de la silueta anodina de las torres de La Alpujarra con la que se había pretendido modernizar la imagen del Municipio, como ente administrativo, y de la ciudad misma.
No tengo el dato del capital malgastado por la administración de Luis Pérez en ese esperpento, pero sí recuerdo muy bien que las justificaciones traídas a lugar se parecen mucho a las esgrimidas hoy para convencernos de la supuesta necesidad de cambiar el diseño del logotipo de las Empresas Publicas de Medellín, cuya implementación va en contravía de lo dispuesto cuatro años atrás por Fajardo, al asegurar que la papelería vieja se iría gastando hasta que el nuevo símbolo -o sea el tradicional- ocupara su lugar.
Quién sabe si Fajardo cumplió esa promesa apenas lógica de austeridad, yo lo dudo. Pero lo cierto es que a EPM no le importó gastarse 6 mil millones de pesos en el nuevo símbolo y en su implementación inmediata en papelería, uniformes, vehículos, pocillos, señales y demás como si eso se pagara «con plata del míster». No faltará el cínico que salga a decir que esos dineros favorecieron a mucha gente del sector de las artes gráficas y que, en general, terminaron estimulando la economía. Puede que sí, pero los dineros públicos no se pueden feriar de esa manera.
Seis mil millones de pesos equivalen a 60 vajillas de las del escándalo; equivalen a 300 casas de interés social; equivalen al pago de un mes de salario mínimo de 14 mil obreros o al salario anual de casi 1.200; equivalen a la cuenta de un mes de servicios públicos de 100 mil suscriptores -medio millón de personas-, a razón de 60 mil pesos cada una, o sea la cifra que debía la madre de las dos niñas que murieron calcinadas por culpa de una vela que usaban a raíz del corte de servicios…
Bien dice José Alvear Sanín en su columna (EL MUNDO, septiembre 12 de 2007) que ese trabajo -ese mamarracho- lo hace un diseñador gráfico recién egresado por un millón de pesos o una firma publicitaria nacional por 30 millones, póngale 300 dada la importancia del ‘marrano’.
Se han escudado en el cuento de que Bancolombia y Terpel hicieron cambios de imagen cuyo costo anduvo por el mismo monto. Sin embargo, Bancolombia lo necesitaba porque cambió su razón social luego de que el Banco Industrial Colombiano adquirió al Banco de Colombia. También podría haber seguido con el mismo nombre pero como se trata de una entidad de carácter privado bien pueden hacer barquitos de papel con sus billetes y echarlos al mar si se les da la regalada gana, y si sus accionistas lo permiten, pero nada de eso puede seguir sucediendo con un patrimonio público que están manejando como una finquita. Bancolombia, Davivienda, Banco de Bogotá y otros que han renovado su imagen pelean en un mercado sumamente competido mientras que EPM tiene una clientela amarrada que nadie le va a quitar; incluso, su oleada de publicidad en televisión nacional es una extravagancia.
Ya lo mismo había sucedido con la escisión de los negocios de EPM. Lo lógico es que la ‘nueva’ empresa se hubiera llamado ‘EPM Telecomunicaciones’, ‘EPM Telco’ o algo similar para aprovechar el nombre que estaba posicionado (EPM) en vez de arrancar de cero con un nombre insulso como ‘UNE’. A estas alturas hay gente que no sabe que UNE y EPM son lo mismo, y cuando se hizo la escisión la idea era darle más autonomía a la empresa para competir pero por ninguna parte se habló de ponerle otro apellido. Eso no fue más que un despilfarro.
Esta administración que nos está acostumbrando a escándalos de entremés es la que quiere continuidad a toda costa y la que pretende ‘blindar’ a EPM dizque con un pacto de gobernabilidad que nadie sabe en qué consiste o con qué se come mientras a los usuarios desconectados, a las personas más pobres por las que el actual alcalde dice trabajar tanto, les otorgan el ‘favor’ de comprar energía prepagada para exprimirles hasta el último centavito. Vale más el contador que lo que cuesta la poca energía que pueda comprar un usuario en un año, eso es humillante.
Que se pellizquen a ver por qué EPM sale tan mal calificada en recientes sondeos y que digan si es cierto o no que Orbitel adquirió un software de 44 millones de dólares. Esa sería la tapa ya no del derroche sino una muestra de corrupción rampante. ·
Publicado en el periódico El Mundo, el 17 de septiembre de 2007
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