Cuando un grupo de reputados economistas le hace al Gobierno una serie de sugerencias sobre el manejo de la economía, uno supone que las recomendaciones no sólo son coherentes —y las más indicadas— sino que son bien intencionadas. Lástima, eso sí, que quienes dirigen nuestra economía sean tan proclives a un vaivén laboral que supone un frecuente choque de intereses al ir y venir de puestos públicos hacia entidades multilaterales de crédito y poderosos grupos económicos, bien como asalariados o como conspicuos consultores.

El caso es que, con frecuencia, la conducción económica del país parece errada y los resultados, históricamente hablando, son magros si se compara con economías similares. Eso no quiere decir que pueda negarse el avance del país: Colombia está mucho mejor hoy que hace 50 años o que hace un siglo. Pero aún ahora, cuando hay un crecimiento del 8 por ciento, pululan amenazantes nubarrones: la revaluación del peso, el exagerado gasto público —incluso en nimiedades inútiles como la consulta de los partidos que costó la friolera de 36 mil millones—, la empantanada del TLC, el atraso en infraestructura, etc.

Todo esto viene a colación por la posible venta de Isa e Isagen, recomendada por una comisión de eruditos que sabrá Dios en representación de qué intereses se manifiestan. Ha existido cierto consenso en que para privatizar una empresa estatal se deberían cumplir algunas condiciones como por ejemplo: que no sea rentable, que no sea eficiente, que su actividad o negocio no sea afín a las tareas propias del Estado, etc. Es decir, si una empresa estatal es rentable, eficiente y tiene relación directa con los deberes primordiales del Estado, no se ve muy claramente por qué o para qué habría de venderse.

La mencionada comisión justifica la propuesta en la necesidad de prepagar deuda en momentos en que ésta está más barata por la apreciación del peso frente al dólar. Eso aliviaría la presión deficitaria y el nivel de deuda frente al PIB, sobre todo para cuando el valor de cambio vuelva a sus niveles ‘normales’, si puede decirse así, encareciendo la deuda. En ese sentido, no cabe duda de que es una oportunidad inmejorable pero tiene, por lo menos, tres amenazas: 1) que el Gobierno no use ese dinero para prepagar deuda, 2) que esa gran cantidad de dólares derrumbe más el precio de la moneda gringa en relación con el peso y 3) que se pierdan dos activos de la importancia de Isa e Isagen.

Isagen (junto a EPM) es la única empresa que acomete nuevos proyectos hidroeléctricos, tarea que no haría el capital privado, dedicándose sólo a operar las instalaciones existentes. Claro que el Estado apenas es dueño del 25 por ciento. Por su parte, Isa no sólo es una empresa estratégica —en el país y en la región— sino que se ha vuelto una mina de oro, tal vez la verdadera joya de la corona. Entrado este siglo era apenas una ilusión que se convirtiera en una multinacional. Cada que el ELN ejecutaba una escalada de atentados contra las líneas de conducción eléctrica ponía en jaque a la empresa. Hoy tiene participación en Perú, Bolivia, Brasil y no sería raro que se logre la interconexión con Centroamérica.

Vender la porción mayoritaria de esta empresa a un solo proponente es muy complicado porque, como alguien lo ha dicho, equivaldría a concesionar todas las carreteras del país a un solo adjudicatario, creando un monopolio inconveniente e indeseable. Y las líneas eléctricas no podrían partirse en varias concesiones porque eso degeneraría el espíritu de interconexión, que es una de sus mayores fortalezas.

Una alternativa que tal vez no le guste a muchos sería la de terminar de democratizarla por completo, pero eso puede arrojar unos ingresos menores al no haber una puja entre competidores de gran músculo financiero como sucede en las subastas. Cuando se vendieron acciones de Isa no había razón para oponerse porque se trataba de una venta parcial y muy sana; Isa seguía bajo control del Estado pero apartada de la politiquería, funcionando con criterio de empresa privada que debe rendirle cuentas a sus dueños.

Al margen de si es o no es un buen negocio vender estas empresas, en relación a si sus rendimientos son superiores a los intereses de la porción de la deuda que se desea cancelar, el punto clave es que haciendo honor a la filosofía del Presidente, de que Colombia sea un país de propietarios, no se deben entregar estos emporios a un solo postor. El aparente beneficio de un costo mayor en el precio de venta lo pagaremos más tarde con perjuicios para todos los colombianos.  ·

Publicado en el periódico El Mundo de Medellín, el 23 de julio de 2007.

Posted by Saúl Hernández

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