No podría asegurarse, con absoluta certeza, que la campaña difamatoria que se ha venido presentando contra la candidatura de Luis Pérez Gutiérrez tenga origen en las huestes de Alonso Salazar y, más aún, que en ello tenga parte el venezolano J. J. Rendón, asesor propagandístico del Partido de la U. Las habladurías contra Pérez no son nuevas y cabe recordar que él mismo realizó ‘ingentes’ esfuerzos durante su periodo de gobierno para forjar una imagen muy cuestionada, a tal punto que me atrevería a decir que Fajardo fue elegido bajo la premisa de ser la antítesis de Luis Pérez, cosa que no logró convalidar en una gestión caracterizada por los altibajos.
Pero lo cierto del caso es que, amén de que todas las campañas se han caracterizado por su pobreza conceptual, el proselitismo de Alonso Salazar ha caído en la trampa de practicar artimañas que la gente desdeña y que son propias de la ‘política de alcantarilla’ que Fajardo dice abominar. En efecto, una vez se hizo palpable que Salazar no marcaba en las encuestas y que la gente ni siquiera lo conocía, se implementaron diversas estrategias que tenían el propósito de evidenciar que él es el candidato del Alcalde -el sucesor, el heredero-, para lograr así que algo de su popularidad se le endosara al candidato.
La primera estrategia fue hacer que funcionarios en ejercicio de la actual administración se pronunciaran a favor del candidato oficial como lo hizo Jorge Melguizo en plena Feria de las Flores. Por la misma época, en el lanzamiento de la campaña, la hija del alcalde Fajardo, residenciada en Bogotá, hizo presencia activa en el acto, haciendo entrega al candidato de un bastón de mando que simboliza claramente la sucesión del poder.
Posteriormente, tres secretarios de despacho de la actual administración se unieron a la campaña de Salazar de la noche a la mañana, apenas horas después de haber estado ejecutando presupuestos y programas, pasándose por la faja el espíritu de la norma que exige, a quienes compiten por cargos de elección popular, retirarse de sus cargos con casi un año de antelación. Está claro que no son sus nombres (los de Jorge Melguizo, Clara Restrepo y Federico Restrepo) los que están en la palestra y, por tanto, su actuación no es ilegal, pero hay en ello una sutileza que no deja un buen sabor y sugiere que la campaña de Alonso ha sido dirigida desde el piso 12 de la Alcaldía de Medellín, intervención que es proscrita por la ley.
Poco después, en un acto demagógico que hace rato no se veía por estos lares, el candidato caldense exhibió un facsímil gigante de su declaración de renta para mostrar que goza de una pobreza franciscana, con lo que pretendía significar que político con dinero es político ladrón y que si los contrincantes no podían exhibir tanta pobreza -como en efecto sucedió- pues son, por tanto, ricos y ladrones.
Pero como ninguno de esos truquitos de mago de pueblo habían logrado concitar la atención del respetable, vinieron dos cargas de profundidad: la primera, nada más y nada menos que la esposa del Presidente de la República, el más popular de la historia nacional, haciéndole campaña de puerta en puerta, en plena cuna del uribismo furibundo. Acto que por cierto reivindica las rarezas -o la independencia- de doña Lina Moreno, porque Salazar tiene de uribista lo que Uribe tiene de mamerto.
Y como ni así, tocó echar mano de Juanes, el mismo con el que la administración Fajardo hizo un concierto ‘gratuito’ que nos costó 1.500 millones de pesos a los contribuyentes de Medellín, favoreciendo la permanente vulgarización de la política, al cambalachear concepciones de lo público por vanas opiniones de cantantes o deportistas. La campaña de ‘Lupe’ ripostó con las adhesiones de María Luisa Calle y ‘Bolillo’ Gómez, porque a falta de propuestas bueno es apelar a las emociones, la vieja táctica de Goebbels.
Pero tal vez lo más grave fue el enfrentamiento del Alcalde con el Concejo de la ciudad por un tardío proyecto de becas universitarias que habría que ser muy ingenuo para no creer que tenía la intención de favorecer al candidato oficial. El alcalde Fajardo, sin sonrojarse, manifiesta que hay un candidato que va a seguir su obra (¿un títere acaso?), y en predios públicos del Municipio de Medellín se ha prohibido el proselitismo político a menos que sea a favor de Salazar.
A todas estas, se pregunta uno ¿qué tanto es de Salazar, de ese 14 por ciento que le otorga la encuesta de la Universidad de Medellín o del 24 por ciento que le da la encuesta de Invamer? Muy poco, sin duda, tan poco como el no sabe/no responde que marcaba antes de que una mano negra agitara el fondo del estanque dejando el agua turbia. ·
Publicado en el periódico El Mundo, el 1 de octubre de 2007
Publicaciones relacionadas:
Como estaba previsto, las elecciones regionales se convirtieron en un plebiscito sobre el desgobierno de Gustavo Petro, quien resultó castig...octubre 30, 2023
Sería muy lamentable que en Bogotá no se aproveche la experiencia del Metro de Medellín para no incurrir en los mismos errores y que en Mede...junio 23, 2008
En realidad, pocas veces tiene un gobernante la oportunidad de pasar a la historia por tomar una decisión acertada y de significado trascend...junio 2, 2008