Anoche soñé que era domingo de elecciones. Me acerqué al cubículo con los cinco tarjetones que me habían entregado en la mesa de votación pero con la certeza de que sólo me interesaba uno: el de la Alcaldía de Medellín. Si no fuera por los gobernadores de Antioquia, Valle, Atlántico y Boyacá, la decadencia de los gobiernos regionales sería total. Por su parte, la Asamblea es un ente fantasmagórico de indiscutible y rotunda nulidad. Acaso sabe alguien ¿quiénes son los diputados de Antioquia y qué hicieron en el último periodo? ¿O quiénes son los candidatos y qué proponen para el bienestar del Departamento?
En cuanto al Concejo, es muy loable el trabajo de jóvenes figuras como Mauricio Tobón Franco y el mismo Gabriel Jaime Rico, pero la mayoría de sus miembros son tan desconocidos como su desempeño y los candidatos y sus propuestas son un misterio. Tanto los concejos como las asambleas adolecen de las mismas fallas del Congreso de la República: son costosos e ineficientes, y en ellos pulula el clientelismo, la corrupción, el ausentismo y casi todas las costumbres sombrías de la politiquería.
Entonces, en mi sueño, señalé mis candidatos a la Gobernación de Antioquia y al Concejo de la ciudad pero me abstuve de marcar los tarjetones de la Asamblea y las Juntas Administradoras Locales. Enseguida me enfrenté al tarjetón de la Alcaldía; vi las fotografías una por una y a medida que iba repasando las caras veía como en un televisor las actuaciones pasadas de los candidatos y sus propuestas de campaña. En ese instante, el panorama se oscureció. Me vi a mí mismo cargando toneladas de papel, fardos de hojas llenas de farragosos párrafos donde prometían de todo. No había candidato que no tuviera por escrito un plan hasta para combatir la calvicie.
Pero como en los sueños todo se puede, sucedió que pude ver todo lo que desearía para Medellín y al candidato que haría esas cosas volverse realidad. ¡Son tantas! Vi, por ejemplo, que el nuevo alcalde eliminó la mendicidad infantil y la prostitución de menores; vi que no se gastó ni un centavo de dineros públicos en reinados (Señorita Medellín), pero tampoco en desfiles, estatuas y conciertos (Juanes) o lanzamiento de películas (Rosario Tijeras).
Vi que en las EPM (incluyendo a UNE), brilló la austeridad. No cambiaron la vajilla ni la identidad corporativa ni compraron empresas desahuciadas con altos sobrecostos (Orbitel), que a su vez compraran sistemas informáticos (SAP) más costosos que el total de sus activos. No hubo ferias de contratos ni de aumentos salariales y todos esos ahorros se aplicaron a cubrir planes para desconectados mucho más humanos que forzarlos a prepagar dos mil pesos para toda la semana. Hubo un mínimo de consumo vital para estratos bajos y microempresas.
Vi que «Medellín, la más educada», dejó de ser sólo un eslogan de campaña. Se eliminaron de un plumazo todos esos eventos de la Feria de las Flores en los que reina la vulgaridad y la chabacanería: la cabalgata, las fondas, los tablados. Se hicieron campañas contundentes contra problemas reales como el embarazo adolescente, y no ficticios como la anorexia. Se trabajó en el respeto por las nomas de tránsito y se hizo obligatorio el uso de los puentes peatonales, los paraderos de buses y los baños públicos, entre otros temas. ¡Se dejó de dar limosna!
Se construyeron puentes y se abrieron vías donde eran necesarios. Se hicieron baños públicos y terminales de buses en los barrios. Las obras se enfocaron en los sectores marginados, nada de aceras en El Poblado ni de inversiones multimillonarias (La Presidenta) frente a hoteles cinco estrellas y edificios con apartamentos de mil millones de pesos cada uno.
Se combatió esa idea de que darle algo a un pobre es simple y llano asistencialismo y se pudo, por fin, intervenir los barrios marginados tanto fuera como dentro de los ranchos; aceras, vías de penetración, puentes sobre las quebradas, cunetas y canalización de recursos hídricos, apuntalamiento de taludes, etc., pero también instalaciones sanitarias, mejoramiento de techos, refuerzos estructurales… y las nuevas soluciones VIS no se hicieron con babas y terrones de azúcar en 30 metros cuadrados y sin vías.
Vi que se hizo una real integración metropolitana y departamental, y se consiguió frenar el desplazamiento de la falta de oportunidades que se trae al campesino a ganarse el pan en cualquier esquina. La alianza impulsó las doble calzadas, el puerto de Urabá, el proyecto Ituango-Pescadero (energía de sobra para transformar bauxita en aluminio y nuestro carbón en hidrocarburos líquidos), las plantas de biocombustibles, las ‘fábricas’ de oxigeno (bosques) por las que los países industrializados pagan bonos, etc.
En fin, ¡vi maravillas: la ciudad era un mar de árboles y flores y el tráfico fluía serenamente sin hacerle guerra al carro particular! Tanta belleza me llenó de un entusiasmo y un fervor tales que henchido de emoción señalé la casilla del candidato que iba a realizar todo eso, repasando la equis con el esfero una y otra vez. Desperté sonriente y con la dichosa sensación de quien recuerda el número del caballo ganador pero todo se esfumó de repente: mi elegido era… ¡el voto en blanco! ·
Publicado en el periódico El Mundo, el 15 de octubre de 2007
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