No sé si alguien se haya detenido a pensar lo que ocurrirá el día que inversionistas privados construyan un nuevo estadio en Medellín y se lo ofrezcan a uno de los equipos locales o a ambos. Seguramente, el vetusto Atanasio Girardot, en esas circunstancias, caerá en desuso y se convertirá en un costoso mueble viejo y, con el tiempo, en un bien mostrenco.
A muchas personas les parece que un estadio es una inversión inútil y no prioritaria, pero el valor real de una obra de esta naturaleza se expresa en la relación costo-beneficio y no simplemente en el valor bruto. A mediados de los años ochenta, Álvaro Uribe Vélez se opuso férreamente a las obras de ‘ampliación’ del por entonces inconcluso Atanasio Girardot. En los programas radiales alegaba con vehemencia que era una obra suntuaria e innecesaria frente a tanta pobreza. Menos mal que la conclusión se llevó a cabo hacia 1990 y que el hoy presidente tiene una mentalidad de avanzada.
En Medellín, obras inútiles o costosas —por su escaso beneficio— se construyen todos los días. La gente es cumplida en el pago de los impuestos y se cuenta con cuantiosos recursos de Epm. De ahí las ciclorutas que nadie usa, el oscuro ‘Parque de las Luces’, una biblioteca temática de 20 mil millones a la que acuden apenas medio centenar de personas al día, una plaza de toros que se usa ocho días al año, una torre de control sin aeropuerto (la llamada Torre del Ajedrez), calles que se repavimentan sin tener huecos, aceras que se amplían donde nadie camina, etc.
El estadio, en cambio, tiene un uso considerable. A él acude un promedio cercano a 20 mil espectadores por partido (no importa el equipo), y hay meses en los que se juega miércoles y domingo, o sea ocho partidos mensuales. Fácilmente pueden asistir 200 mil personas en un solo mes. Pero a la administración de turno, cada seis o siete años, le toca invertir sumas cercanas a los 10 mil millones de hoy, como acaba de hacerlo la administración Fajardo, para hacerle mantenimiento, mejorar sus condiciones estructurales y también las comodidades que son más bien escasas.
El estadio —construido hace 55 años y sin normas antisísmicas— venía acusando baja tolerancia a las cargas por fatiga de material. Sin embargo, la reciente reparación semeja un remiendo por los broches metálicos exteriores. No quisiéramos pensar siquiera en una catástrofe pero hay que recordar que La Macarena debió reconstruirse en la remodelación porque se encontró que su estructura amenazaba ruina.
Hoy en día, los estadios son la carta de presentación de las ciudades. Un buen estadio cuenta (y mucho) para ser sede de la Selección Colombia: si Barranquilla no tuviera el Metropolitano no lo habría sido nunca. El Atanasio es visto todos los años en el continente gracias a los logros deportivos de los dos equipos locales. En 2010, tendrá que poner la cara por la ciudad en los Juegos Suramericanos y, en el 2013, es muy posible que Colombia sea sede del Mundial Juvenil a menos que Blatter nos dé otro portazo.
La financiación no debería ser problema porque no es necesario comprometer recursos públicos. El Deportivo Cali está terminando su propio estadio en Palmira (con tumbas indígenas y todo), a un costo de 70 mil millones y un aforo de 50 mil espectadores. En Bogotá ya se empezó a hablar de un nuevo y moderno estadio con capacidad para 52 mil espectadores a un costo de 116 mil millones de pesos pero con inversión de capital mixto.
En Medellín, el sitio más apropiado para un estadio es, precisamente, donde está el estadio. No es fácil encontrar un lugar céntrico, cercano al Metro y lo suficientemente grande. Pero si alguien lo encuentra el Municipio quedará encartado con un trebejo insostenible: no se puede mantener un estadio sólo para una eucaristía y un par de conciertos. Por eso, el Municipio podría poner el terreno actual y financiarse con la venta de palcos, locales comerciales y hasta parqueaderos. En el área metropolitana se están construyendo una decena de complejos comerciales que valen más de 100 mil millones cada uno. Sólo uno, el Santa Fe, vale 270 mil millones.
No es una obra innecesaria ni compromete recursos públicos; por el contrario, preservaría la inversión pública hoy representada en un estadio que ya cumplió su vida útil. ·
Publicado en el periódico El Mundo de Medellín, el 5 de marzo de 2007Publicaciones relacionadas:
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