El título de esta columna le debe parecer extraño a muchos, como también les debe parecer extraño que el tema no tenga relación alguna aparente con los acostumbrados sobre política, economía y similares, pero no podemos apartarnos al hecho de que por estos días estamos asistiendo, casi sin enterarnos, a un evento que podría cambiar la historia de la humanidad como ningún otro reciente y es el de la puesta en marcha de la más grande y costosa máquina creada jamás por el ser humano, de la que no son del todo claros ni el propósito con el que se construyó ni su utilidad final.
Para los legos –que somos casi todos–, digamos sólo que el colisionador es un túnel circular de 27 kilómetros de largo por el que se van a disparar partículas subatómicas (hadrones) en direcciones opuestas para que choquen entre sí. Esa colisión simularía el instante en el que se creó el universo, el big bang, y seguramente arrojará una información que le abrirá a las ciencias y a la tecnología un panorama hasta ahora apenas imaginado. La humanidad podría dar un gran salto cualitativo hacia el futuro, muy superior al anunciado por Neil Amstrong al dar el primer paso en la superficie lunar.
Sin embargo, hay detractores del experimento y no pocos temores suscitan sus imprevisibles resultados. El científico norteamericano Carl Sagan –autor de Cosmos–, recalcaba que lo más importante de la Ecuación de Drake (una fórmula que pretende estimar la cantidad de civilizaciones que podrían existir en el universo), es el parámetro que intenta señalar cuántas civilizaciones “sobreviven a su adolescencia tecnológica” sin autodestruirse. En nuestro mundo, el peligro de la autodestrucción siempre se consideró desde el punto de vista de las armas nucleares o a través de una visión disparatada de la inteligencia artificial fuera de control.
Pero, si ahora algunos ven con temor lo que se va a experimentar en la sede del Consejo Europeo de Investigación Nuclear en Suiza (CERN, por su sigla en francés), es porque lo que se va a realizar allí no es propiamente un experimento con ratones de laboratorio. Dicen los astrofísicos –como Stephen Hawking– que en el principio todo estaba reducido a una partícula de energía superconcentrada, una partícula atómica de densidad infinita. Al explotar, esa partícula dio origen al universo infinito que conocemos, con sus cientos de miles de estrellas, tantas, que a decir de los científicos superan en número a los granos de arena de las playas de todo el mundo.
De ahí que, por comparación, muchos piensan que se está jugando con candela. Para algunos, el choque de hadrones podría provocar una explosión masiva; para otros, un agujero negro minúsculo pero lo suficientemente intenso como para ‘tragarse’ el planeta. En cualquier caso, sería apocalíptico, no quedaría vestigio alguno. No obstante, los encargados del proyecto aseguran que esos temores carecen de fundamento y que no existe el menor peligro de que los experimentos se salgan de control simple y llanamente porque se van a realizar a una escala minúscula.
Pero como uno es ignorante de estas cuestiones viene la pregunta: ¿Si el big bang primigenio originó un estallido tan descomunal que de una partícula surgió todo el universo, no es posible que esta ínfima simulación provoque un fogonazo suficientemente fuerte como para aniquilar un planeta que en la escala cósmica es igualmente minúsculo? Y qué tal esta: ¿Si los agujeros negros se tragan estrellas gigantes y galaxias enteras, no puede un pequeño y glotón punto negro, resultante del choque de hadrones, tragarse por completo un planeta como el nuestro?
Es claro que pocas cosas son tan despreciables como crear alarma sobre supuestas catástrofes, pero este caso es muy diferente al temor infundado frente al cambio de milenio, a fechas señaladas temerariamente por clarividentes estilo Nostradamus o por los ‘calendarios’ de culturas primitivas como la de los mayas. Si bien lo más seguro es que no ocurra nada que ponga en riesgo a la ‘civilización’ que, con sus defectos, discurre en esta isla en la que estamos confinados e, incluso, que resulten de ahí importantes avances, esto no deja de parecerse a la escena de un niño –ni siquiera un adolescente– jugando peligrosamente con un revólver. ·
Publicado en el periódico El Mundo, el 15 de septiembre de 2008 (www.elmundo.com).