La oposición política en Colombia lleva meses –por no decir años– dedicada a fabricar escándalos para no dejar gobernar a un verdadero peso pesado como no lo había habido jamás en el país. La estrategia no es nueva, empezó desde que Álvaro Uribe alcanzó un sitial de privilegio en las encuestas de la campaña presidencial del 2002, cuando la oposición se dedicó a proferir calumnias y pronosticar tragedias. Y, año tras año, han vaticinado el desplome inminente de los altos niveles de aceptación y popularidad del Presidente, lo que acontecería al descubrirse el truco con el que el ilusionista engaña a los espectadores.

Sin embargo, ocurre todo lo contrario: más del 80 por ciento de los colombianos respaldamos a Uribe y lo reelegiríamos de nuevo. Pero, como la oposición no entiende eso, no ha tenido el menor recato en calificar, a ese alto porcentaje de colombianos, de estúpidos, paramilitares, oligarcas o todas las anteriores. O, cuando menos, votantes irracionales que van juntos como borregos.

No obstante, en el campo de la Opinión Pública hay un fenómeno que el economista Bryan Caplan ha llamado ‘milagro de la agregación’, que consiste en que las tendencias políticas terminan equilibrándose entre sí y, finalmente, son los votantes mejor formados e informados –una elite minoritaria, por lo general–, los que terminan decidiendo la elección de la manera más acertada, en teoría, pues son los más conocedores y preparados. Eso se está viendo en la campaña por la Presidencia de Estados Unidos: Obama y McCain están prácticamente empatados y será una minoría informada la que terminará eligiendo, apartándose de las pasiones y apelando más a las ideas. Es, más o menos, lo que denominamos voto de opinión.

Pues bien, el teflón de Uribe radica en que ese segmento de votantes que constituyen el agregado milagroso que tiene el poder decisorio en Colombia, es muy grande. Aquí la izquierda y la derecha son ínfimas, entre las dos no llegan al 30 por ciento, pudiendo ser la última un poco mayor, pero son fuerzas equiparables que terminan anulándose entre sí. Y es el restante 70 por ciento el que vota y le mantiene su apoyo a Uribe, porque a diferencia de lo que arguyen algunos sofistas de izquierda, la gran mayoría de colombianos no creen que la seguridad sea una bandera de la derecha sino un mínimo vital para la existencia de cualquier sociedad (Contrato Social). Tampoco consideran esas mayorías que la búsqueda de la eficiencia sea un demonio de la derecha neoliberal, sino que el Estado debe concentrarse en unas pocas tareas –sobre todo en favor de los más necesitados– y dejarle a particulares cosas que estos hacen mejor.

Igualmente, para estas mayorías no es apropiado promover un modelo de Estado benefactor y paternalista –aunque el Gobierno de Uribe no ha sido tan mezquino en inversión social como algunos alegan–, que saca recursos de un sombrero mágico y los reparte entre los pobres sin hacer nada para que estos se conviertan en artífices de su propio desarrollo y bienestar, pues el constructo mental que la izquierda tiene de desarrollo es nivelar por lo bajo, que todos sean miserables a excepción de la elite gobiernista. Estas mayorías prefieren un modelo de desarrollo orientado hacia el exterior y que promueva la iniciativa privada, que es el que está sacando de la pobreza a millones en el mundo.

Ahora, una parte de la oposición ha decidido jugarse una nueva carta para sacar a Uribe del poder: reconocer –así sea entre dientes– que ha tenido algunos aciertos y aseverar que si se va ahora pasará a la historia como un gran estadista pero que, si se hace reelegir de nuevo, será visto como un Fujimori, como un despreciable dictador tropical, tesis a la que han hecho eco The Economist y el New York Times. Claro que en el mundo es común que, por ejemplo, el Primer Ministro (régimen parlamentario) dure en el poder tanto como el apoyo a su gestión sin que eso le dé visos de dictador. Otra cosa es que se quede contra viento y marea. Pero, para felicidad de muchos, en Colombia se va a imponer el criterio de las minorías,  puesto que Uribe no se hará reelegir en el 2010. Por las dudas, basta la opinión de doña Lina Moreno de Uribe quien, como en toda familia antioqueña, es la que manda en la casa.

Publicado en el periódico El Mundo, el 8 de septiembre de 2008.

Posted by Saúl Hernández

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