Pasada la calentura que trajo el rescate de los 15 secuestrados toca desandar el camino y traer de nuevo a colación el tema del roce entre la Corte Suprema de Justicia y el Presidente de la República, que motivó una propuesta de referendo con el objetivo de confirmar la legitimidad de las elecciones realizadas para el periodo 2006 – 2010.
Algunos -los mismos opositores de siempre- han considerado que la reacción del presidente Uribe fue inmoderada, excesiva y hasta extrema; cuando no es que la han tildado de autoritaria, despótica e irrespetuosa de las decisiones judiciales y la majestad de la Justicia. Pero la verdad es que lo proferido por la CSJ en su providencia no es cualquier cosa; esa Corte no sólo excedió sus funciones y violó su competencia al juzgar sin fórmula de juicio y ‘condenar’ -en esencia-, sin escucharlos, a funcionarios de los cuales ni siquiera es su juez natural, sino que le pidió a la Corte Constitucional -incluso condicionándola en el texto de la providencia- que declarara inexequible el acto legislativo que permitió la reelección y, por consiguiente, declarado espurio el origen del término de gobierno, que actuara en consecuencia revocando el mandato, estableciendo algún tipo de gobierno de transición y llamando a elecciones. Días atrás, de manera coincidente, unas ONG’s de izquierda habían interpuesto demandas ante la CC con los mismos argumentos y en pos de las mismas conquistas: sacar a Uribe del poder.
Aún así, muchos analistas aseguraban que la CSJ lo que estaba poniendo en duda era sólo el acto legislativo y no el resultado electoral, e insistían en que lo único que debía hacer el Gobierno era acatar la decisión judicial como si no fuera evidente el flagrante desafío de poderes hecho por ese tribunal y hubiera que considerarlo ‘infalible’ como a la figura papal del Medioevo. No hay que olvidar que hasta el máximo tribunal de Justicia debe sujetarse estrictamente a la Constitución y puede ser objetado cuando no lo hace.
En una cosa hay que ser claros: si bien en el pasado la Corte Constitucional ha proferido algunos fallos polémicos, era inverosímil pensar siquiera que en este caso se fuera a romper una tradición jurídica de 17 años de arraigo, en la que la cosa juzgada se hace inviolable para mantener la seguridad jurídica. De hecho, el mismo día de la liberación de los secuestrados, la CC manifestó que no revisará el acto legislativo en cuestión. No obstante, tienen razón quienes consideran que lo motivado por la Corte Suprema en su fallo contra la ex parlamentaria Yidis Medina, es más que suficiente para constituirse en una mácula histórica que pondría en duda las ejecutorias y las políticas de un gobierno aclamado por las mayorías.
La intención del presidente Uribe de reivindicar el origen popular de su mandato se entiende como una acción encaminada a evitar prácticas revisionistas de sus actos de gobierno, principalmente de la Seguridad Democrática, pero se trata de una iniciativa que a pesar de la popularidad del Presidente es vista con recelo por la ciudadanía en razón de que tiene un altísimo costo, enfrasca a las instituciones en discusiones bizantinas y no hace más que llover sobre lo mojado pues se trataría de ratificar -en sus postrimerías- un mandato que está más que confirmado.
Paradójicamente, es difícil que el pueblo colombiano se preste para un asunto que de entrada considera inútil. En encuestas recientes se demuestra que más de la mitad de los colombianos no apoyan la idea de repetir las elecciones del 2006 a pesar de que, en contraste, más del 75 por ciento de los colombianos están de acuerdo con una nueva reelección del Presidente Uribe. Perder ese referendo plebiscitario sería un harakiri digno del realismo mágico colombiano pero es un ‘lujo’ que no le sirve a nadie y tal vez haya que aceptar que el daño de la CSJ ya está hecho y dejar que sea la misma historia la que lo repare. Por eso, lo más indicado es que el Presidente se baje de esa idea.
En cuanto a la reelección, los últimos hechos hacen pensar que el Presidente no se va a lanzar otra vez. Eso se evidencia con las continuas bendiciones que recibe desde Palacio, cierto personaje que, dicho sea de paso, no es ‘santo’ de la devoción de muchos colombianos. ·
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