Cada vez que se habla del tema de las drogas surge entre los colombianos la tentación de legalizar no sólo el consumo sino también la producción y la distribución, todo con el ánimo –y la esperanza– de que eso le dé fin a las mafias de las drogas y a toda la violencia asociada con el negocio de los narcóticos. Ese deseo de tirar la toalla –que evoca el viejo adagio que dice “si no puedes con tu enemigo, únete a él”– parte de una hipótesis que parece correcta y otra que puede estar equivocada: la primera es que la prohibición es lo que dispara los precios y ocasiona las fabulosas ganancias que le otorgan poder corruptor a los mafiosos; la otra consiste en creer que los narcos se van a resignar cuando les arrebaten –vía legalización– las ganancias del negocio. Habrá que ver para creer.

Esta dudosa hipótesis se asemeja mucho a ideas que, en su momento, tenían la solidez de un dogma. Por ejemplo, primero se creyó que el negocio de las drogas se terminaría con la muerte de Pablo Escobar; luego, la captura de los hermanos Rodríguez Orejuela se consideró como la conclusión de tan amargo capítulo. Hoy sabemos que la ausencia de cabecillas fuertes generó una gran dispersión de este delito y pudo favorecer el ingreso de las Farc al mismo y el tránsito de narcos a ‘paras’ y hasta de ‘paras’ puros a narcotraficantes. Eso, con consecuencias probablemente más negativas que positivas.

Supongamos, en gracia de discusión, que el negocio de las drogas se legaliza no sólo en Colombia sino en el mundo, pues nada nos ganaríamos con hacerlo sólo nosotros y caer en la desgracia de ser vistos como un país paria. ¿Alguien, en realidad, puede considerar seriamente que eso es la solución a la violencia y al delito en nuestro país, que quienes están ávidos de dinero fácil van a dar su brazo a torcer?

Pablo Escobar inició su carrera criminal robando lápidas en los cementerios para revenderlas. Luego robó carros y hasta se presume que su mente criminal estuvo detrás del secuestro y asesinato del industrial Diego Echavarría Misas, ocurrido en 1971. Su llegada al mundo del narcotráfico tuvo ocasión al descubrir los exorbitantes dividendos del negocio de las drogas, los que a su vez catapultaron el poder de ese delincuente a niveles insospechados, pero su esencia delictiva no dependía del tráfico; de hecho, en su familia había antecedentes por contrabando.

Se podría decir con una certeza prácticamente absoluta que la legalización de las drogas no arrojaría ningún efecto positivo en Colombia porque los delincuentes –que eso son los narcotraficantes– buscarán cualquier otro medio ilícito para satisfacer sus apetitos. No en vano podemos ver la influencia de costumbres mafiosas en decenas de prácticas legales e ilegales en el país. El mototaxismo, la venta de minutos a celular, los préstamos conocidos como ‘gota a gota’, los limpiavidrios en los semáforos, los cuidadores de carros, las ventas ambulantes, la mendicidad, los celadores ‘piratas’, etc., son actividades informales controladas con criterios mafiosos: una sola persona es propietaria de 100 motos o de 100 celulares y es quien se lleva las ganancias, o ejerce por la fuerza el control del espacio público para recaudar retribuciones ilícitas, pues calles, esquinas y semáforos tienen ‘dueños’ y hay que pagarles.

Es cierto que las cifras de la lucha antinarcóticos son desalentadoras: Colombia cada vez fumiga más hectáreas pero la producción no disminuye; cada vez se capturan, se extraditan o se dan de baja más delincuentes, pero los herederos pululan; cada vez se corrompen más funcionarios públicos y cada vez son más los muertos y las vergüenzas de un rosario de padecimientos interminables. Y decimos con facilidad: “el culpable del problema no es quien produce las drogas sino quienes las consumen”. Sin embargo, cabe esperar que la legalización de las drogas arroje la certeza de que el negocio de los narcóticos es apenas un medio y no un fin; el fin es enriquecerse a como dé lugar y el medio depende de circunstancias históricas. Eso tan obvio es lo que no ven los partidarios de la legalización.

Publicado en el periódico El Mundo, el 11 de agosto de 2008 (www.elmundo.com).

Posted by Saúl Hernández

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