Como todo lo del pobre es robado, ahora resulta que el rescate de esos 15 atribulados compatriotas no fue tan «perfecto» como dijo Íngrid, sino un acto sucio, mancillado por el uso del símbolo de la Cruz Roja Internacional (CICR), que, valga decirlo, no es ni tan sagrado ni tan neutral como algunos creen.
El que la ‘Operación Jaque’ esté plagada de enigmas y misterio es algo que hay que aceptar porque, como bien dijo Sun Tzu, el arte de la guerra se basa en el engaño y su más suprema manifestación es la de someter al enemigo sin luchar, que fue lo que pasó el memorable 2 de julio. Pero resulta que para trazar la estrategia que conduce al engaño, es necesario poner en práctica unos métodos de espionaje que, a menudo, son como esas deliciosas salchichas de las que es mejor ignorar cómo se hacen.
Y es que cualquiera acepta la verosimilitud de que los carceleros de las Farc se hayan tragado enterita la trampa que les tendieron. Pero como son miembros curtidos de una guerrilla que ha madurado cultivando astucia, que no son bobos ni brutos, es válido suponer que el ardid funcionó gracias a una suma de elementos entre los cuales el uso del símbolo del CICR pudo ser tan determinante -puesto que el diablo está en los detalles- que podría ser que gracias a él, sin demeritar a nuestras tropas, es que Íngrid está en París tomando champaña y los policías y militares en sus casas, bebiéndose sus politas.
Como era de esperarse, tan supremo triunfo tenía que ser blanco de una campaña de descrédito: que sólo fue posible gracias a la tecnología secreta de Estados Unidos, que la estrategia fue concebida por el Mossad israelí, que ‘César’ y ‘Gafas’ se vendieron por 20 millones de dólares, que se violó el DIH por el plagio del emblema…
Mejor dicho: «las uvas están verdes», como diría la zorra de la fábula de Esopo. La realidad -y lo único que importa- es que hay 15 colombianos disfrutando de la libertad que jamás debieron perder; que les fueron arrebatados a la guerrilla de manera humillante, propinándole un golpe tal vez definitivo; que el Gobierno no cedió a sus pretensiones; y que el pueblo colombiano está decidido a no volver a arrodillárseles nunca.
Fuere de esta o de aquella manera, el mérito absoluto es de las instituciones. De hecho, el Gobierno divulgó a los cuatro vientos que tenía 100 millones de dólares dispuestos para pagar recompensas a quienes trajeran a los secuestrados, con la promesa de enviarlos a Francia. ‘César’ manejaba cientos de millones del narcotráfico y pudo desertar con los bolsillos llenos; si negoció a los secuestrados, traicionando tan gravemente a las Farc, el problema es de ellos, y es una muestra más de su desmoronamiento. Todo indica, sin embargo, que ‘César’ y ‘Gafas’ se van a llenar de canas en una prisión gringa mientras aquí siguen inventando novelas; pero si se encanecen en la Costa Azul nos da lo mismo; bien ganado lo tendrían.
Ahora bien, las Farc nunca han respetado los símbolos de las misiones humanitarias, excepto de aquellas que les convienen. No en pocas ocasiones han atacado ambulancias y asesinado civiles y militares heridos que eran transportados en ellas. A Alan Jara lo sacaron -lo secuestraron- de un carro de la ONU. De otra parte, el CICR ha tenido actuaciones poco neutrales en pro de un no muy claro sentido humanitario: ha llevado guerrilleros heridos a Venezuela y Cuba, y les ha costeado onerosas cirugías a terroristas como Felipe Torres. Mencionemos también que la entrega de rehenes al gobierno venezolano no tuvo el cariz de una acción humanitaria sino de un espectáculo de propaganda política, presidido por camisetas del Che y las exhortaciones apologéticas de Rodríguez Chacín, circo para el que el CICR prestó sus insignias.
En todo caso, trátese de la decisión de un cobarde o de una acción premeditada, este fue un buen uso de esa divisa, porque un fin noble justifica cualquier medio incruento, y ya nadie podrá quitarnos lo bailado.
Publicado en el periódico El Tiempo, el 22 de julio de 2008
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