El pasado 19 de febrero, el barril de petróleo rompió la barrera de los 100 dólares, luego del anuncio del presidente de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (Opep), Chakib Khelil, en el que descartó que ese cartel de los hidrocarburos vaya a incrementar la producción. Hoy en día no hay nada más artificial que el precio de los combustibles, y se está pasando de un esquema especulativo a otro de tipo chantajista, en el que Chávez no es el único actor.
Sabemos que el petróleo empezó a subir de precio por el exagerado aumento de la demanda en China, y este aumento de la demanda no se salvó incrementando solamente la producción -cosa perfectamente factible- sino incrementando el precio. Desde entonces cualquier turbulencia política -en Irak, en Turquía con los vecinos kurdos, en Chechenia, etc.- es considerada como un motivo válido para subir el precio del petróleo, aunque esto no alcanza a explicar ni a justificar un incremento de 1.000 por ciento en diez años. Cuando Chávez llegó al poder, en 1999, el barril estaba en diez dólares y hoy está por las nubes sin que producirlo valga más que antes. Se ha hablado también de caídas en la producción de Venezuela -por problemas técnicos-, en la producción de la petrolera rusa Yukos y la rebaja en Irak a raíz de la invasión gringa y el terrorismo de Al Qaeda.
Entonces, lo primero que puede verse es que si Venezuela dejara de venderle petróleo a EE.UU., éste subiría de precio inmediatamente por el nerviosismo de los mercados. La pregunta es si tal aumento podría llegar a los 200 dólares como pronostica Chávez, y la respuesta es que, probablemente, el precio llegará hasta donde los mismos productores consideren que su propia economía no se va a ver afectada por una recesión mundial en la que el precio del petróleo sería doble y hasta triplemente inflacionario y recesivo: primero, por su precio intrínseco; segundo, por el aumento en el precio de los alimentos, jalonado por la cantidad de tierras que se están dedicando -y que se dedicarían in crescendo- a la producción de etanol como alternativa al carísimo crudo; y, tercero, por el aumento en los costos del transporte aéreo, marítimo, fluvial y terrestre de personas y mercancías.
Ahora, aparte del incremento mundial del costo del barril y las consecuencias inflacionarias y recesivas en todo el mundo, ¿quién se perjudicaría más entre Venezuela y Estados Unidos? Los gringos podrían acudir a sus grandes reservas de Alaska o a socios que gustosamente aumentarían su participación en el mercado norteamericano como Canadá, México y los estados árabes. En cambio, Venezuela no tiene a quien venderle su petróleo de la noche a la mañana no sólo por ser un crudo pesado, de mala calidad, sino porque el abastecimiento mundial de este producto se hace a largo plazo y todos los grandes consumidores tienen tratos firmados con anticipación. Nadie puede cancelarle un pedido a Noruega, Nigeria, Irán o Rusia sólo para congraciarse con el dictador de Venezuela. En tanto que China, el único país que podría absorber los más de 30 mil millones de dólares anuales que Venezuela le vende a EE.UU. en materia de hidrocarburos -el 90 por ciento de todas las ventas de Venezuela al exterior-, no sólo tendría que construir plantas especializadas sino que ese cargamento sería objeto de un largo y costoso viaje dado que el presidente Chávez aún no tiene una llave de salida de su petróleo por el Pacífico, que sería idealmente en costas colombianas.
Precisamente, ¿cómo se vería afectado nuestro país en todo esto? Ya el periodista Mauricio Vargas se atrevió a apostar que Chávez no termina este año como Presidente de Venezuela (El Tiempo, 18/02/2008), y como van las cosas quien apueste en contra va a perder el dinero: faltan diez largos meses. Ya algunos alzaron la voz para que EE.UU. no le compre más petróleo, lo que acabaría con el ‘socialismo del siglo XXI’ en un abrir y cerrar de ojos. Pero, para el mundo, el costo de una decisión de esa naturaleza podría ser catastrófico en términos económicos. La dependencia del petróleo hay que reducirla no sólo por motivos ambientales sino por razones de mercado: el precio no volverá a bajar en un escenario de agotamiento de las reservas mundiales. Alguien dirá que los precios altos van a estimular el posicionamiento de sustitutos más amigables con el medio ambiente. Sí, pero para los países pobres eso no sirve de consuelo.
Imaginar a Colombia con el galón a 14 mil pesos, golpeado por la inflación generalizada a raíz de los altos precios de los alimentos y el transporte, y por una recesión interna ante la debacle de Venezuela y un bajonazo de la economía mundial, es dramático. En síntesis, lo cierto es que el petróleo, como estaba previsto, va a terminar siendo un dolor de cabeza para todos.
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