Ocho años después de los atentados terroristas de Nueva York y Washington, parece que algo ha cambiado. Ya no importan las víctimas ni el acto terrorista en sí. De manera similar a quienes niegan el holocausto nazi, muchísimas personas creen en las teorías de conspiración. Opinan, sospechan, presumen, que los atentados contra el World Trade Center y el Pentágono, fueron perpetrados por el gobierno norteamericano o que, cuando menos, este se encontraba al tanto de los acontecimientos y no hizo nada para evitarlos.
Al tenor de estas hipótesis, Al Qaeda y Bin Laden resultan absueltos, aún cuando se atribuyeron los hechos y a pesar de que han cometido muchos otros actos terroristas, en Madrid, Londres, Bali (Indonesia), Sharm El Sheikh (Egipto), etc. No importa tampoco el que muchas de las más de 50 teorías conspiracionistas que se ventilan, se excluyan o se contradigan entre sí.
Claro que hay que ver quiénes son los que elaboran estas conjeturas. El primero en poner en duda la autoría de los eventos fue el izquierdista francés Thierry Meyssan, director de la Red Voltaire —organización que defiende a las Farc—, cuyas teorías sobre el 11-S fueron públicamente apoyadas por Hugo Chávez. Antes de que se enfriara la Zona Cero, Meyssan publicó dos libros (La gran impostura y el Pentagate) en los que acusa al gobierno de George Bush de ser el perpetrador de los ataques, aseverando, entre otras hipótesis, que el Pentágono no fue embestido por un avión sino atacado con un misil norteamericano, cosa que intenta comprobar señalando que nadie vio restos de una aeronave en el área impactada.
También hay teóricos de la conspiración verdaderamente ‘experimentados’, como el profesor de Filosofía James Fetzer, quien tiempo atrás se dedicó a develar la conspiración en el asesinato de John F. Kennedy. Estos se oponen a cualquier explicación técnica sobre la caída de las torres y aducen que ello no pudo deberse al impacto de los aviones y el posterior incendio, sino a una demolición con explosivos.
Hay quienes van más allá y se atreven a decir que en las torres no impactaron aviones comerciales sino sus versiones militares (sin ventanas), lo que demostraría la conspiración, o, incluso, misiles modificados a los que se les añadieron alas y cola de avión. Para estas personas, los pasajeros fallecidos son listas ficticias, o ellos y sus familias son personas reclutadas por el Gobierno para fingir sus muertes y ahora se encuentran viviendo en otro sitio y bajo una nueva identidad.
Decir la última palabra sobre estas hipótesis es difícil. Cualquier espíritu curioso permanece en espera de una prueba inobjetable que demuestre que hay algo más que mera imaginación en esas ideas. Pero, hasta ahora, no hay una sola prueba creíble, todo se basa en la desconfianza patológica que algunos sienten hacia el sistema y el odio contra el ‘imperio yanqui’. Los hechos no son vistos con criterios técnicos sino bajo un enfoque político. Todos estos personajes —llenos de suspicacia y malicia— hacen parangones entre lo que se cree que sucedió con el Acorazado Maine, en La Habana, en 1898; más el ataque japonés a Pearl Harbor, del que culpan a los norteamericanos; y el 11-S. Tres hechos que justificaron guerras. Armado el silogismo, creen que no se requiere más demostración.
Por el contrario, expertos sin ningún vínculo oficial han logrado explicar convincentemente lo que todos vimos en directo. Las Torres Gemelas no eran invulnerables, ni mucho menos. ¿Por qué, entonces, hay quienes creen en estas fanfarronadas?
El día de mañana alguien dirá que las Farc no existen, que son un invento de la oligarquía, y no faltarán quienes así lo crean. La verdadera conspiración sobre el 11-S consiste en exonerar a los terroristas. Lamentablemente, esto ha puesto de moda este tipo de teorías en todo el mundo: es tal la paranoia que ya hay un exitoso documental (The Obama Deception) en el que se asegura que el presidente negro de EE.UU. es un invento de la élite financiera para llevar a cabo sus nuevos planes. ¿Qué tal? ·
Publicado en el periódico El Mundo, el 14 de septiembre de 2009
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