castro-chavezLa presencia de militares gringos en bases colombianas no conlleva la intención de lanzar operaciones contra otros países del área porque Estados Unidos no necesita esa plataforma. Tiene otras, como en Curazao, Honduras y Florida, y una decena de portaaviones en servicio. Manta, por ejemplo, nunca representó peligro alguno, ni fue una «puñalada en el corazón de América», como tampoco lo serán Malambo o Palanquero.

En cambio, para narcos y terroristas —amigos de Miraflores—, el apoyo tecnológico de los gringos es una seria amenaza que les debe estar quitando el sueño. Aún así, la ampliación del acuerdo de cooperación entre Colombia y E.U. tiene, sin duda, un destino superior, como es el de contener el expansionismo castro-chavista, disuadiendo al vecino de asomar sus narices por acá.

Ese buen propósito, sin embargo, podría verse arruinado si los norteamericanos no definen esa ‘encrucijada del alma’ que yace entre quienes creen que deben ayudarle decididamente a su único aliado en el hemisferio, y los hipócritas que, como buenos gringos, dejan «colgados de la brocha a sus aliados» (Enrique Santos), al considerar, de repente, que no están a su altura moral.

Pero no son los únicos. Resulta triste e inquietante que ninguna democracia respetable, ni organismos aparentemente serios como la ONU o la OEA (no hablemos de Unasur, que es un invento chavista), se haya pronunciado contra un país que está agrediendo a otro de múltiples formas. Acaso porque todos consideran que el gobierno de Obama es el único indicado para hacerlo, expresando un respaldo incondicional para su socio en vez de salir a ofrecer insólitas mediaciones como si fuera juez y no parte.

Grave, porque desde el desayuno se sabe cómo va a ser el almuerzo. Mamertismo aparte, no se sabe si es peor caer en las manos de los gringos o en las del comunismo chavista, que está pauperizando al país más rico de Suramérica.

A estas alturas todos queremos creer en eso de que Chávez no es más que un insolente que no va a pasar nunca de las palabras a los hechos, pero ya hay compatriotas asesinados y puentes demolidos. Si miramos hacia atrás, tenemos las agresiones del bloqueo comercial, las injurias repetidas contra nuestro Gobierno, las voces de respaldo a las guerrillas y minutos de silencio por terroristas caídos. Además, las relaciones de Chávez con la guerrilla colombiana son tan viejas, y los indicios de mutua cooperación son tantos, que el vecino pasó la raya hace rato.

Mientras unos opinan que no habrá guerra porque los venezolanos no la consentirían, por el aburguesamiento y la falta de preparación de las fuerzas venezolanas, o porque Chávez es comprobadamente un cobarde; otros advierten que ni está improvisando ni está cañando, y que se trata de un plan cuidadosamente concebido que ha venido desplegando sin prisa, pero sin pausa.

No sólo es usual que dictadores de su calaña acudan a estas argucias cuando hay problemas como los que atraviesa Venezuela, ahora también en recesión, sino que Chávez —y todos los que están tras bambalinas en este complot contra Colombia, tanto afuera como adentro, tanto en la ilegalidad como en la ‘legalidad’— ve la soledad en que estamos. Bien dijo el analista francés Pascal Boniface que Chávez saldría perdiendo si se enfrasca en una guerra con nosotros, pero sobre todo porque «Estados Unidos y otros países latinoamericanos irían a ayudar a Colombia», cosa que no se ve muy clara por ahora.

Francisco Santos dijo hace un par de años que deberíamos revisar nuestras relaciones con los gringos, quienes nos siguen negando el TLC y quienes ahora nos van a negar protección. Tiene razón. Y la tienen también quienes proponen adquirir armamento defensivo. La postura de Uribe ha sido elegante y digna, pero todo tiene un límite. Que no nos pase lo que a Chamberlain, que por apaciguar a Hitler y evitar la humillación de la guerra, tuvo la humillación y tuvo la guerra. ·

Publicado por el periódico El Tiempo, el 24 de noviembre de 2009

Posted by Saúl Hernández