No es de sabios eso de ensillar sin traer las bestias. Si bien Juan Manuel Santos obtuvo un triunfo demoledor en primera vuelta -en todos los departamentos, excepto Putumayo; en todas las capitales, excepto Tunja-, todavía no ha ganado, falta el segundo tiempo, o el partido de ‘vuelta’, y el ir ganando por goleada -o autogoleada del rival- no garantiza nada hasta que se deposite el último voto en alguna lejanía de Colombia.

Pero, objetivamente hablando, uno no ve por dónde pueda Mockus aumentar una votación tan menguada y reducir esa diferencia abismal de 3,6 millones de votos. Y no se ve por varias razones, cuál de ellas más complicada. Por ejemplo, Mockus -como lo advertimos en una columna- no puede hacer alianzas con nadie porque eso iría contra sus propios principios; es decir, la antipolítica que predica es impracticable tanto en el terreno electoral como en el ejercicio del poder. Una semana después de sufrir el tsunami uribista, el Partido Verde no ha tenido la adhesión de nadie y su acercamiento con el Polo fracasó. Eso atestigua lo estéril que sería la relación de Mockus con el Congreso.

Mockus tampoco puede pedirles a los votantes de otros partidos que lo apoyen porque ha repetido hasta la saciedad que la gente decente, legal y honesta es la que está con él desde el principio, y no haría bien en sonsacarles ‘delincuentes’ a las demás campañas con tal de ganar. No todo vale, como bien dice. Acaso por eso mismo es que los abstencionistas ni votaron ni votarán por él: se reconocen deshonestos y por eso no lo acompañan. Los justos, en esta Sodoma y Gomorra, son sus 3,1 millones de electores y se me hace que en esta mar de corrupción y pecado cada día son menos. El 20 de junio tal vez no lleguen a dos y medio.

En el fondo, creo que los encuestadores no estuvieron tan errados. Hubo ‘ola verde’, empujada por diversas circunstancias como el fraccionamiento de la coalición uribista y el nombramiento de candidatos débiles en el conservatismo y el Polo, lo que ocasionó el deslizamiento de votantes hacia los verdes, seducidos por el globo inflado en las redes sociales de Internet y en los canales privados de televisión, en su pataleo por no compartir la torta con un tercero.

A su vez, experto en dar golpes de opinión con símbolos y performances, Mockus se dejó venir como el ecce homo entrando a Jerusalén el domingo de ramos y lanzó el discurso de que sólo él podía expulsar a los mercaderes del templo. Vino la calculada (y obligada) unión con Fajardo, quien antes les sacaba el cuerpo. Salieron con el cuento de que no cobraban una reposición de votos -que en realidad no les correspondía- para que se hiciera un colegio con eso. Y se vendió la idea de que confesar el párkinson era un colmo de honestidad digno de premiarse con la banda presidencial.

Sin embargo, Mockus carecía de programa, su ascenso fue emocional. Y la ‘ola’ se fue aminorando a punta de autogoles. Eso es lo que no registraron las encuestas ni los medios, a pesar de que el boca a boca era elocuente. Se fue autodestruyendo con cada declaración (‘Misión imposible’), no sólo por ser un mal candidato sino porque su ideario no es compartido por las mayorías, y porque su maniqueísmo terminó siendo la verdadera campaña negra de estas elecciones. La gente así lo entendió.

Pero su peor autogol fue ese espectáculo bochornoso del domingo 30, en el que demostró que es un mal perdedor y que está lejos de ser un estadista. Una triste salida en falso llena de odio y rencor, de fanatismo e intolerancia, que lo desdibujó por completo, que envileció los postulados de su campaña. Mockus es un personaje respetable, sin duda, pero ni está él preparado para ser Presidente, ni sus seguidores para la transformación que propone.

Por lo pronto, la ola verde se ahogó. Pero el combate a la corrupción tendrá que ser en serio para no ir a caer de verdad en una aventura que después lamentemos.

Publicado en el periódico El Tiempo, el 8 de junio de 2010

Posted by Saúl Hernández

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