Mientras un antiguo guerrillero se apoltronaba en el segundo cargo de la nación, el bárbaro que comandaba la más nefasta agrupación terrorista del continente caía abatido por la Fuerza Pública. Pero la simultaneidad de estos hechos no implica, necesariamente, una paradoja. La pandilla de Petro —el ‘presidente’ electo de Bogotá— se cansó de la guerra hace más de dos décadas ya, de manera que muchos de sus electores —miles— ni habían nacido cuando los compinches del nuevo alcalde todavía cometían atrocidades como la de quemar el Palacio de Justicia.

Con la gente de ‘Cano’ ha sido distinto. Las Farc han sido una caterva ciega, sorda y muda. Bueno, no tan muda, más bien de una verborrea cínica y mentirosa, alejada del sentir nacional. Y de una arrogancia y soberbia tan asombrosas como para hacerle el asco a una propuesta de rendición del Estado, como la que les ofreció Pastrana en el Caguán al plantear una constituyente de 50 miembros, en la que ellos, que no representan a nadie, iban a ser las dos mitades: la una con sus comandantes y la otra con un hatajo de mamertos escogidos a dedo. No era la paz, era la entrega de Colombia en bandeja de plata, y estos chiflados, soñando con un triunfo por las armas —con ingreso victorioso a Bogotá y el pueblo batiendo pañuelos—, se patrasearon.

Ahora, diez años después, casi todos los que se creían intocables están muertos y los que no, no pueden ni dormir esperando que la muerte les caiga del cielo. Pero, aun así, siguen obcecados en mantener la lucha armada y permanecer cerrados al diálogo. Al contrario de lo que algunos sostienen, la muerte de ‘Cano’ no nos aleja de la paz porque él era un «radical antinegociación», aunque tampoco hay que hacerse ilusiones, puesto que hay varios elementos que entorpecen el abandono de la lucha armada.

Entre ellos están: 1) el negocio de la coca, que les aporta una cantidad enorme de dinero y ha narcotizado a la subversión convirtiendo a muchos de sus jefes en simples mafiosos. Y recordemos que a la mafia se entra, pero no se sale; 2) el apoyo que reciben del extranjero, principalmente el de la revolución bolivariana, a cuyo abrigo sobreviven varios miembros del Secretariado; 3) el hecho de que las Farc no buscan una reinserción a la vida civil (ni siquiera con la impunidad que se está proponiendo a nivel constitucional para que personajes como ‘Cano’, con 96 procesos judiciales a cuestas, puedan hacer política), sino un cambio de modelo social y político, que no es otra cosa que la pretensión de instituir el más hirsuto marxismo y ganar en el escritorio la guerra, y 4) el exitoso activismo de extrema izquierda (Movimiento Bolivariano, Juco, PC3, etc.), que tiene tomados o infiltrados partidos políticos, medios de comunicación, universidades públicas, ONG y hasta entidades del Estado.

¿Derrotadas? Hay que ser muy cegato para no ver que, si bien es cierto que los cabecillas de la guerrilla rural están cayendo, en los centros de poder —y no lo digo por Petro— la combinación de formas de lucha está dando frutos. Ahí las Farc están más vivas que nunca.

Y no nos engañemos: la muerte de ‘Alfonso Cano’ es un logro de la política de seguridad democrática que implementó el presidente Uribe y de la que el presidente Santos es el más eximio exponente. Pero eso no quiere decir que no haya desmoralización de las tropas, ni que las Farc no hayan recuperado terreno en los últimos meses.

Una cosa son los objetivos de alto valor, combatidos —con gran despliegue de alta tecnología y fina inteligencia— por la Fuerza Aérea y tropas élite del Ejército y la Policía, y otra muy distinta el mantenimiento del orden público en campos y ciudades con unos uniformados que hoy les temen más a los fallos judiciales que a las balas enemigas, y que ya no sienten la mística de luchar por una causa justa.

(Publicado en el periódico El Tiempo, el 8 de noviembre de 2011)

Posted by Saúl Hernández

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