Decir que el mundo entero está de protesta es una notoria distorsión de la realidad, y es una creencia que hace carrera gracias a la falta de objetividad de algunos medios de comunicación que le han hecho creer a la opinión pública que quienes piden un cambio de modelo son personas de todas las vertientes cuando no es así. A diferencia de la llamada ‘primavera árabe’, lo que ocurre en países como España —con sus ‘indignados’—, Estados Unidos —con la ‘ocupación’ de Wall Street— y Chile —con los jóvenes que exigen educación gratuita—, no es otra cosa que una orquestación de los movimientos de izquierda para hacer ver al libre mercado como un fracaso y lograr estatizaciones al por mayor.
El caso de España, y de toda Europa, es aleccionador. La largueza con que la izquierda maneja los recursos financieros ha quebrado a casi todo el continente por desdeñar uno de los más simples postulados de la economía, como es ese de que alguien siempre tendrá que pagar el café que usted se toma. Es decir, que no hay ni puede haber nada gratis. No obstante, los gobiernos socialistas creen que su misión es la de satisfacer un ilimitado y costoso espectro de derechos y prerrogativas que han bautizado ‘Estado de Bienestar’.
En esa línea, el PSOE (la izquierda) arruinó un país rico como España en poco más de un lustro, pero los ‘indignados’ le trasfieren la culpa a los ‘mercados’, cuyos excesos habrían generado burbujas económicas —como la inmobiliaria— que distorsionaron los indicadores y llevaron al gobierno de Zapatero a gastar más de lo que podía. Ese es, por supuesto, un cuento de hadas. La izquierda ni reconoce el fracaso de sus políticas ni renuncia al anhelo de imponer su modelo de Estado, aunque sea inviable. Llegado el inevitable colapso, no queda otra solución que desmontar los beneficios que se prodigaban a manos llenas, dejando un montón de descontentos o ‘indignados’.
En Chile, en cambio, la economía marcha muy bien, pero los comunistas encontraron en la educación el pretexto perfecto para instigar las protestas. Parece algo inocente, lógico y deseable que esta sea gratuita y de calidad, igual para todos, pero lo que eso entraña es un cambio de modelo, una velada transformación política. De ahí a exigir gratuidad en seguridad social, transporte, alimentación, vivienda, vestuario, recreación, etc., hay un solo paso. Maravillas con que el marxismo ilusiona incautos para salirles después con esa única verdad que es la raquítica libreta de racionamiento.
Y no es casual que esta exigencia llegue ahora cuando está en el poder un hombre de derecha. Durante 20 años, la ‘Concertación’ de partidos de izquierda gobernó a Chile con el mismo modelo de educación que tienen hoy, pero, por entonces, nadie les reclamó gratuidad a Alwyn, Frei, Lagos o Bachelet. Más bien, reinó una suerte de paz social que condujo a que Chile, aplicando políticas de libre mercado, avanzara hasta el punto de considerarse que dejó atrás el subdesarrollo, lo que le valió su admisión en la OCDE, el club de países del primer mundo.
De otra parte, es cierto que los excesos de los mercados financieros son inaceptables y deben corregirse, pero los manifestantes de Wall Street no están pidiendo reformas sino instigando un levantamiento popular, con la consigna de que “la única solución es la revolución mundial”. Pero, ¿solución a qué? No hay nada que supere la democracia, por imperfecta que sea, mucho menos esos gobiernos totalitarios que son la antítesis del capitalismo. Por lo visto, todo indica que la extrema izquierda se está jugando una peligrosa apuesta: sembrar el resentimiento para pescar en rio revuelto. Puro aventurerismo político que puede hacer estragos.
(Publicado en el periódico El Mundo, el 24 de octubre de 2011)
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