En Japón se han preparado toda la vida para enfrentar desastres naturales e, incluso, han puesto la tecnología al servicio de la prevención de los mismos. Gracias a eso, el terremoto de 9.0 grados no hizo muchos daños; los edificios se tambalearon como si fueran de mantequilla y resistieron con la flexibilidad de una vara de bambú. También se habían preparado con barreras anti-tsunami pero estas fueron insuficientes, de manera que el agua hizo los daños y cobró los muertos que el terremoto no pudo.

Lamentablemente, las centrales nucleares también tenían vulnerabilidades, pero ello no alcanza a restarle mérito a la entereza de los japoneses ni a su admirable cultura: allá no se presentan saqueos, se siguen respetando las filas, las ayudas se reparten con prontitud y la gente acude ordenadamente a los albergues en vez de deambular por las calles como se veía tras el terremoto de Haití. Es más, solo cuatro días después del terremoto empezaron a pavimentar vías que resultaron gravemente agrietadas.

Podemos estar seguros de que el próximo tsunami que ocurra en Japón no causará ni el 10 por ciento de las bajas y los daños ocasionados por este, y que no volverán a sufrir una emergencia atómica tan grave como la actual. En un término de meses, los japoneses habrán ideado diversos planes de prevención que implementarán sin dilaciones, con una disciplina y organización que resultan antagónicas de nuestra desidia y negligencia.

¿Qué estamos haciendo en Colombia para prevenir los efectos de un megadesastre natural? La mejor muestra de que vivimos en la infancia intelectual es que le damos más a importancia a frivolidades milenaristas que a la verdad. Aquí hay más gente preocupada por el cuento de que el mundo se va a acabar el año entrante que por los desastres que con toda seguridad estarán ocurriendo en cualquier momento.

Al Estado no le corresponde fijarse en supersticiones y charlatanería sino en hechos fácticos, y estos indican que la posibilidad de tener grandes desastres es altísima. Hace apenas unos meses se conmemoraron los 25 años de la tragedia de Armero, que fue anunciada con meses de anticipación por varios expertos. Hoy se sabe que ciudades como Pasto, Manizales e Ibagué están amenazadas por los volcanes Galeras, Nevado del Ruiz y Machín, respectivamente, pero a nadie le importa y nadie hará nada. Un día de estos alguna de estas ciudades será borrada del mapa y los lamentos serán tardíos.

Muchos expertos también han anunciado que se debe esperar un gran terremoto en Colombia en los próximos años, que podría ser en Bogotá o en otra ciudad capital. La preocupación radica en que sus efectos serían nefastos debido a la muy deficiente calidad de las construcciones, por lo que algunos entendidos aseguran que hasta el 90 por ciento de las edificaciones sufrirían graves daños en un terremoto de magnitud superior a 8.0. Entretanto, el arquitecto Simón Vélez afirma que si en Colombia se presentara un terremoto como el de Chile (27 de febrero de 2010), morirían millones de personas.

Desde hace un año, la Directora Nacional de Emergencias, Luz Amanda Pulido, dijo que Colombia debería prepararse para la ocurrencia de un evento sísmico de gran magnitud. Sin embargo, hasta el sol de hoy no se ha hecho nada, lo cual no es de sorprenderse. Ya hay quejas por las demoras y los malos manejos de las ayudas para los damnificados del invierno y denuncias por alimentos echados a perder. Los japonesitos, en cambio, ya pavimentaron las grietas.

(Publicado en el periódico El Mundo, el 28 de marzo de 2011)

Posted by Saúl Hernández

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