Parece mentira pero nuestra institucionalidad se ahoga en tan alto grado de ineptitud que solo durante el aún breve gobierno de Juan Manuel Santos, el país se ha inundado tres veces sin que las soluciones trasciendan los meros anuncios. A Santos se le advirtió que esta nueva realidad podía ser una oportunidad de progreso si la atendía como es debido pero que también podía convertírsele en su talón de Aquiles si la ignoraba, y la verdad es que ha pasado un año y no se ha hecho prácticamente nada para aliviar la situación.
En diciembre de 2010, en plena tragedia invernal, comenté que “Sería lamentable que el país se tarde un año en abrir los ojos y aceptar la gravedad de la catástrofe porque, para entonces, ya se habrá llevado también la esperanza de la Prosperidad Democrática. Si el desastre es una oportunidad, como dicen, hay que tomar ese tren ahora” (El Tiempo, 21/12/10). Por entonces, se hablaba de los daños que era necesario revertir: “Los ríos están sedimentados por la minería y la deforestación generalizada, y han perdido así capacidad hidráulica. Toca dragar cientos de kilómetros y reforestar miles de hectáreas. Hay que recuperar las ciénagas, los humedales y los retiros de ríos y quebradas”.
Es decir, estaba claro que nos aguardaba una tarea titánica como era la de reconstruir el país y adaptarnos a las nuevas condiciones medio ambientales y climáticas, y que deberíamos haber iniciado la faena de inmediato: “Será necesario reubicar decenas de municipios y barrios completos. Muchos pueblos, en áreas críticas, tendrán que ser reconstruidos con viviendas tipo lacustre para prevenir las inundaciones cíclicas. También habrá que construir grandes obras de ingeniería, no simples jarillones de tierra floja, y los edificios públicos tendrán que contar con diseños que minimicen los daños. Las carreteras habrá que rehacerlas; se necesitan kilómetros de túneles y viaductos para no tener que colgarlas de esas laderas deleznables”.
No obstante, ha transcurrido un año ya y el país no ha abierto los ojos del todo, con el agravante de que nos volvimos a inundar en abril (y nada) y en noviembre (y nada). La misma tragedia, por triplicado, en apenas doce meses. Y hay regiones que siguen inundadas desde la primera temporada, con damnificados que permanecen en carpas y víctimas a las que no les han llegado las ayudas.
Ya en otra columna, esta vez del mes de abril, habíamos dado cuenta de las quejas de la gente: “la atención de la pasada temporada invernal ha presentado graves fallas. Mientras el Gobierno asegura que las partidas para la atención de damnificados se han entregado, la mayoría de los gobernadores se quejan de que la plata no les llega. Igualmente, se han denunciado sobrecostos en la compra de mercados, politización de las ayudas humanitarias y, lo que es peor, alimentos que se dejaron perder en lugar de entregarlos. Ya hay 30 alcaldes y gobernadores investigados” (El Tiempo, 26/04/11).
Mejor dicho, ha habido tal desidia que la atención a las tragedias ocasionadas por tres arremetidas sucesivas de un invierno despiadado, ha sido todo un desastre, el verdadero desastre. Esto porque “Lo que Colombia vive no es una tragedia invernal, sino una debacle institucional. La precariedad del Estado es de tal magnitud, que (…) todo muere en trámites, pobreza de gestión y negligencia”.
Pero, además, porque ha faltado compromiso para asumir el reto: “La reconstrucción de un país es una oportunidad de progreso en cualquier parte. Santos tiene entre manos una verdadera oportunidad de cambiar el país y es reconstruyéndolo, no ahogándose en retórica. Me da mucha pena decirlo, pero no se ha dado cuenta”. Sí, en medio de tantos viajes, no se ha dado cuenta.
(Publicado en el periódico El Mundo, el 5 de diciembre de 2011)
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