A pesar de que la economía es una ciencia, a los economistas les cuesta trabajo ponerse de acuerdo sobre las medidas que deben tomarse y la utilidad de las propuestas que se formulan. De hecho, cualquier medida, al margen de las ideologías políticas, tiene, entre ellos, detractores y defensores. Aun así, no deja de ser desconcertante que ningún economista explique, de manera convincente, por qué el país es tan lento en la creación de empleo, por qué la informalidad tiene tanta fuerza y por qué crecemos a tasas menores que nuestros vecinos de similar desarrollo.

Digamos que ese es el quid del asunto, los temas que en todas las campañas políticas se intentan resolver y para los que todos los programas de gobierno se quedan cortos. Si antes la violencia y el ‘conflicto’ eran la excusa perfecta para que la economía no creciera, hoy no hay disculpa; la cuestión central vuelve a ser «la economía, estúpido», a menos que el Gobierno también quiera olvidarse de la promesa de prosperidad como de casi todas las demás propuestas de campaña.

Y en cada inicio de año los temas vuelven a ser los mismos: el abreviado incremento del mínimo, el somero crecimiento económico que no alcanza a paliar la pobreza, la inflación causada en el año que termina y la que se espera en el que se inicia, el aumento de los precios del combustible y, en general, la cascada de alzas, que arrasa, de entrada, cualquier reajuste salarial por generoso que sea.

Es obvio que el reajuste del mínimo -y cualquier medida económica- debe tomarse haciendo a un lado la demagogia, pero es imposible negar que el incremento del 3,4 por ciento es ínfimo si se tiene en cuenta que los peajes subieron el 5 por ciento, el transporte en Bogotá, alrededor del 8 por ciento ponderado, y los parqueaderos -aunque los pobres no tienen carro- hasta un 9 por ciento. Además, que el invierno traerá sus propias alzas por la pérdida de cosechas y semovientes, así como por el cierre de vías para sacar la producción.

De esa manera, el mínimo incremento del mínimo podría tener un efecto, más que neutral, contraccionista. Muchos expertos -como el ex ministro Alberto Carrasquilla- creen que el mínimo en Colombia es «ridículamente alto», pero también hay voces disidentes que creen que un mejor reajuste sería muy conveniente para la demanda interna, en un país que aún depende más de su propio consumo que de las exportaciones, sobre todo porque los más pobres invierten hasta el último peso en panela, papa y yuca, no en viajes al exterior ni en televisores.

Es claro que todos los ‘empresarios’ no son los magnates que nos pintan los sindicalistas. Mientras al trabajador le llegan 532.510 pesos mensuales (más el subsidio de transporte de 63.591 pesos), al empleador le cuesta alrededor de 940 mil pesos mensuales cubrir todas las arandelas que le cuelgan a ese arbolito de Navidad. Eso es mucha plata para el 80 por ciento de los ‘potentados’ de este país, dueños de mipymes que apenas sobreaguan. Pero si no ha de llegar el día en el que se ensaye un incremento más generoso, por lo menos debería impedirse que las demás alzas superen la del mínimo.

No obstante, esto no puede llevar a populismos, como los que tienen en la quiebra a Europa y su famoso ‘Estado de bienestar’ o el del reversazo de Evo, por el rechazo popular al alza del 80 por ciento del precio de los combustibles.

Muchas cosas debemos estar haciendo mal, en medio de tanta ortodoxia, para que estemos creciendo a tasas inferiores al promedio de América Latina y tengamos un nivel de desempleo muy superior a la media.

Siempre queda la sensación de que a Colombia le da miedo el despegue. Tal vez eso explique la creencia de que un desastre, como el invernal, nos va a hacer reaccionar. Pura carreta.

(El Tiempo, 4 de enero de 2011)

Posted by Saúl Hernández

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