Los colombianos nos hemos ido volviendo más exigentes, de hecho, muy exigentes. Los hay quienes viven de indignación en indignación, pero, como bien dijo alguien por ahí, para indignarse hay que ser digno, lo que quiere decir que la indignación no es un derecho ‘inalienable’ de la persona sino algo que proviene de su propia virtud.
Y una de las cosas que más falsamente nos indignan es la atención en salud, no solo porque queremos arepa, pan y pedazo sino porque a menudo pretendemos que hasta ocurran milagros. Ese es el tema que se vuelve a poner de moda por estos días, con trámites de reforma de por medio y un sinnúmero de propuestas que casi siempre parten del supuesto efectista de que la Ley 100 fracasó y debe remplazarse.
Sin embargo, para compartir esa posición habría que empezar por recordar cómo era la atención en salud antes de la Ley 100 porque muchos no lo saben y a los menores de 25 años ni siquiera les tocó. Baste decir que hasta 1993, la atención del Seguro Social solo cubría al trabajador aportante, mientras que su núcleo familiar era pobremente atendido con recursos de las cajas de compensación. Este sistema solo tenía una cobertura del 17% de la población y, aun así, el ISS no daba abasto, era una de las entidades más ineficientes del Estado colombiano.
De otro lado, los no aportantes —las capas más pobres de la población que hoy tienen el Sisbén— recibían una atención prácticamente de caridad en hospitales públicos, financiados con transferencias departamentales que provenían de los juegos de azar y el monopolio de los licores que, irónicamente, por su abuso, constituyen un problema de salud pública.
Ahora, volver a estatizar la atención en salud sería un grave retroceso porque el aparato estatal es muy ineficiente para asumir un reto de tanta envergadura. En lo que estamos claros es en que la intermediación en salud no puede ser un negocio en el que lo único que prima es el lucro. Las EPS no pueden ser empresas que se desvían de su finalidad y maximizan excedentes para expandirse —al estilo Saludcoop— como si fueran un grupo económico cualquiera, porque su papel es administrar recursos del Estado y de aportantes que en ningún caso son socios. Tampoco puede aceptarse que la viabilidad del sistema se ponga en riesgo por incapacidad para controlar los precios de los medicamentos. El que aquí se vendan fármacos diez veces más caros que en países vecinos, es una anomalía inaceptable.
Hace poco vimos en la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Londres, que los británicos se sienten orgullosos de su sistema de salud pública, el National Health Service (NHS). Pero mientras el procurador Ordoñez miente al país al decir que los 40 billones de pesos que se destinan a la salud en Colombia “son recursos superiores a los que gasta Japón, España, Italia e Inglaterra”, la realidad es muy distinta.
La Gran Bretaña (Inglaterra, Gales y Escocia) invierte cerca del 7% del PIB en su sistema de salud. Según el Banco Mundial, el PIB de GB fue de 2,43 trillones de dólares en 2011 (siete veces mayor al de Colombia, que fue de US$331.654 millones en 2011), de manera que el gasto en salud se sitúa alrededor de los 160.000 millones de dólares; unos 288 billones de pesos al cambio actual, que son siete veces más de lo que se destina aquí. Recordemos, por cierto, que el Presupuesto General de Colombia para 2013, acaba de ser fijado en 185,5 billones. Así que despertemos, no estamos en condiciones de tener el mismo nivel de atención de un país rico.
Para que podamos tener una atención en salud digna es necesario cuidar los moderados recursos con que se cuenta, eliminando toda clase de abusos y corruptelas —como tener gerentes de EPS con salario de 95 millones mensuales— y enfocándose en las necesidades más apremiantes. Además, esos recursos rendirían más si se mejora la medicina preventiva, combatiendo el sedentarismo, la mala alimentación, el cigarrillo, el consumo de alucinógenos y el exceso de alcohol, pero eso equivaldría a hacernos responsables todos de la viabilidad del sistema y eso es imposible mientras la mayoría de los colombianos nos creamos con derecho a indignarnos sin sentir también que tenemos deberes que cumplir para vivir armoniosamente en sociedad.
(Publicado en el periódico El Mundo, el 6 de agosto de 2012)
NOTA ACLARATORIA: Cotejando con otras fuentes el dato sobre el porcentaje del PIB destinado a salud en Gran Bretaña, encuentro que este ha aumentado significativamente en los últimos años. Según la OCDE, dicho gasto fue de 9,6% en 2010, de manera que no serían US$160.000 millones anuales (288 billones de pesos) sino unos US$233.000 millones equivalentes a 420 billones de pesos, o sea más de diez veces lo que destinamos en Colombia para una población que no es, en número, muy superior a la nuestra: 62 millones de habitantes en GB y 46 millones en Colombia.
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