Mientras continúa el proceso de paz a hurtadillas, la opinión pública se engolosina con temas inanes, demagógicos o polémicos. Hay para todos los gustos: la abolición de tres ceros en el peso, la reducción del precio del combustible, el no incremento de la edad de pensión y el aborto, no ya en tres casos defendibles, sino en todos los casos.

Los temas para entretener a la sociedad sobran y sirven para que esta no entienda lo que le corre pierna arriba. Así ha sucedido en otras partes, y cuando han despertado ha sido tarde, y retornar al camino les ha tomado décadas y sufrimientos indecibles. Ahora, ese no futuro parece aguardarnos a nosotros también.

En mi columna anterior me faltó referirme a las razones relativas al proceso mismo que me generan escepticismo. A vuelo de pájaro veamos algunas. La Consejería para la Reintegración del Gobierno Nacional dice que son 17.000 los reinsertados de las Farc en los últimos diez años. No ha habido política de tierra arrasada, sino generosidad con los combatientes que se liberan de su propio yugo y se someten a procesos de verdad, justicia y reparación que involucran actos de contrición, arrepentimiento y compromiso de no repetición.

De manera que si se han reinsertado 17.000 combatientes de esa guerrilla, en condiciones ventajosas para la sociedad colombiana y para las víctimas, no se justifica un diálogo claudicante con los 8.000 que faltan y mucho menos si el propósito es —como parece— el de favorecer a un centenar de cabecillas e ideólogos que ocuparán puestos en el Estado dejando en la más absoluta impunidad los millares de crímenes que han cometido en medio siglo de barbarie. Mientras se habla de crear la figura del perdón presidencial y César Gaviria propone indultos sin ningún pudor, el exjuez Baltasar Garzón le replicaba al expresidente Uribe —en la entrevista del Canal Capital— que de dónde sacaba el cuento de que iba a haber impunidad.

Otro exabrupto es el de discutir temas esenciales de una democracia con bandidos que no representan a nadie (¿3 por ciento?), así se trate de criminales ‘altruistas’ que dizque «matan para que otros vivan mejor», como diría Carlos Gaviria. Sin representación no se puede hablar ni del agro, ni de fútbol, ni de nada. Para eso están el Congreso, los partidos, los gremios, las asociaciones, los sindicatos, la(s) iglesia(s) o cualquier grupo representativo de ciudadanos. No los bandidos; eso es indigno. Y si de lo que se trata es de refundar el Estado con narcoterroristas, eso es un delito; no en vano fueron a la cárcel los firmantes del ‘pacto de Ralito’. ¿Por qué en este caso es distinto?

El relativismo moral en que se funda este proceso es inmoral y no traerá paz. Así como el país no hubiera aceptado ver a los Mancuso y compañía en el Senado, tampoco acepta ver allí a Timoleón y sus secuaces. La encuesta de Ipsos-Napoleón Franco es reveladora: el 72 por ciento se opone a que los líderes de las Farc puedan participar en política y presentarse a elecciones; el 68 por ciento no está de acuerdo con que sean perdonados; el 78 por ciento quiere cárcel para los cabecillas y el 80 por ciento se opone a que los guerrilleros que están presos sean liberados. Los colombianos sí queremos paz, pero no una rendición.

Volviendo a lo del relativismo moral, ¿será posible una reconciliación a medias, un perdón parcializado? Los paramilitares han sido castigados con penas efectivas de cárcel, algo de reparación y bastante verdad. Y la persecución de la ‘parapolítica’ ha sido implacable. En cambio, a todo lo que tiene que ver con las Farc se le quiere echar tierra. Y lo peor: nuestros militares —la institución más respetada por los colombianos— están desahuciados y en las cárceles, tratados como leprosos. Algo huele mal en este proceso; es que no solo es un mal negocio, es un pacto con el diablo.

(Publicado en el periódico El Tiempo, el 25 de septiembre de 2012)

Posted by Saúl Hernández

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