Aunque el presidente Santos desautorizó a su hermano «Abdón» con respecto a la mencionada relación entre su reelección y el proceso de impunidad que se intenta llevar a cabo en La Habana, se fue a lanzar su campaña a la zona cafetera. Allá se disfrazó de campesino, manejó ‘yipao’ y se tomó un tintico —según sus propias palabras— en el mismo lugar en que lo hizo para lanzar su campaña anterior, cuando se eligió con nueve millones de votos ajenos.
Pero, por cierto, en Chinchiná no le fue bien. Fue abucheado al anunciar un auxilio cafetero que, creyó, iba a ser de muy buen recibo. Y fue criticado por la evidente y desesperada búsqueda de su reelección, cosa que se hizo más patente cuando acotó, en un encuentro con periodistas, que iba a continuar los diálogos con las Farc mientras les viera voluntad de paz. «Y yo les veo voluntad de paz», dijo sin sonrojarse.
¿Será voluntad de paz secuestrar civiles y militares? ¿Será voluntad de paz asesinar policías? ¿Será voluntad de paz demoler escuelas a punta de dinamita? ¿Será voluntad de paz extorsionar hasta a los beneficiarios de las reparaciones de víctimas, como se ha denunciado en varios municipios de Antioquia?
Obviamente, lo que dice Santos riñe con la realidad, tanto que hasta los jerarcas de la Iglesia católica, muy afectos ellos a la solución negociada del mal llamado conflicto, admitieron «que la guerrilla no está dando muestras reales de querer la paz».
De ahí que esa declaración tampoco le saliera bien a Santos, porque muestra que o está peligrosamente alejado de la realidad —como un paciente psiquiátrico— o está dispuesto a justificarlo todo con tal de poner el medallón del Nobel en su biblioteca. Y cualquiera de los dos casos es una pésima señal de la manera como va a terminar este proceso.
Santos quedó aun peor cuando aseguró que la sangre derramada en los últimos días es el precio que tenemos que pagar por legalizar a este grupo terrorista. Por eso, el escándalo de los hipócritas cuando Álvaro Uribe difundió, en su cuenta de Twitter, las fotos de unos policías asesinados por las Farc en La Guajira. A los hipócritas no los preocuparon los muertos ni el dolor de sus familias, sino el daño que esas fotos le pudieran causar al proceso y que este pierda el apoyo de los colombianos.
Un apoyo ilusorio, por demás, puesto que, para mantener la mesa de La Habana, se ha tenido que echar mano, de manera recurrente, de la gran mentira de que el proceso está avanzando «a ritmo de tren bala», cosa desmentida hace un par de semanas por el jefe de la negociación cuando instó a las Farc a decir si tenían verdadera voluntad de paz o si no que no le hicieran perder más tiempo al país.
A la fecha, el proceso solo ha servido para que las Farc pongan en práctica su acostumbrado cinismo: «No tenemos secuestrados» —y hay que creerles, según Santos—, «No hemos hecho sufrir a nadie», «Somos víctimas», «No traficamos drogas», «No tenemos tierras» y otras babosadas por el estilo.
Ahora, los delegados de las Farc han vuelto a insistir en la necesidad de tener a ‘Simón Trinidad’ en la mesa, lo que debería ser muestra suficiente de que este cuento no va para ninguna parte. Y, para rematar, dice ‘Iván Márquez’ que la agenda debe ser flexible, y se saca de la manga cosas tan absurdas como la creación de republiquetas campesinas autónomas en nueve millones de hectáreas a lo largo y ancho del país, donde podrán cosechar ‘algunos’ cultivos legales de narcóticos.
Como dice doña Salud, a Santos le midieron el aceite hace rato, y por mostrar tantas ganas se lo están pasando por la faja. ¿Se dará cuenta a tiempo de que si quiere reelegirse tendrá que patear la mesa? ¿Eso es lo que le preocupa a don «Abdón»? Entre tanto, Santos se fue a buscar votos al Carnaval de Barranquilla. La reelección bien vale una neumonía.
(Publicado en el periódico El Tiempo, el 12 de febrero de 2013)
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