El presidente Santos adujo hace poco que los “enemigos de la paz” estaban reculando y que ya sí querían la paz como él mismo asegura que la está buscando: sin impunidad. Sin embargo, ni lo uno ni lo otro es cierto. Los enemigos del proceso que se lleva a cabo en La Habana —no de la paz—, seguimos objetando los términos de la negociación porque no cabe duda de que conducen a la impunidad.

Por si las dudas, lo consignado en el Marco Legal para la Paz es pura impunidad. Pero hay más indicios. ¿Acaso no es suficientemente claro lo que repite el fiscal general Montealegre todos los días? ¿Acaso no han sido suficientemente claras las Farc en su descalificación de la Justicia colombiana, en el desconocimiento de las víctimas de sus atrocidades, en la justificación de sus actos, en la cínica solicitud de que se les pida perdón? ¿Acaso el Gobierno no ha demostrado hasta la saciedad que está en disposición de hacer toda clase de concesiones con tal de lograr una firma y una foto a costa de unos índices de impunidad enormes?

En todo esto el único que podría recular sería Juan Manuel Santos, quien es, por cierto, el rey de las reculadas. Lo que produjo la extravagante declaración presidencial debió ser la reciente carta del excomisionado de Paz Luis Carlos Restrepo, en la que se sugería la necesidad de un giro del uribismo en torno a las negociaciones con las Farc. Al respecto, los precandidatos presidenciales del Centro Democrático se mostraron en desacuerdo y el movimiento trazó una hoja de ruta inequívoca a seguir para alcanzar una paz negociada por parte de cualquier representante del uribismo que obtenga la Primera Magistratura: el Decálogo para la Paz del CD.

Valga decir que estos postulados se compaginan estrechamente con los principios de la política de Seguridad Democrática y del combate frontal al terrorismo que fueron avaladas por la gran mayoría de los colombianos desde el año 2002, convirtiéndose en un claro mandato popular refrendado en el 2006 y el 2010, que Santos decidió ignorar olímpicamente.

El Decálogo interpreta fielmente el deseo de la sociedad colombiana de hacer la paz sin concesiones inverosímiles, sin entreguismos, sin claudicaciones. Anteponiendo los intereses de las mayorías, y de las víctimas, principalmente, a los de los criminales, en el entendido de que estos carecen de representación y de que los colombianos no reconocemos medios violentos como camino para obtener transformaciones caprichosas que el país no comparte.

En síntesis, el Decálogo es el siguiente: 1. El cese previo del terrorismo es condición irrenunciable para cualquier diálogo de paz. 2. La agenda de diálogos debe limitarse exclusivamente a la reinserción, la desmovilización y el desarme de los grupos terroristas. 3. La verdad, la justicia y la reparación a las víctimas deben ser ingredientes fundamentales de los acuerdos de paz. 4. Los condenados por delitos de lesa humanidad o por graves violaciones a los DD.HH. no pueden ser elegibles. 5. La entrega de armas es condición indispensable para la reinserción de los terroristas. 6. El perdón hay que merecerlo confesando la verdad, manifestando arrepentimiento, reparando a las víctimas y aceptando el castigo de la justicia. 7. La desmovilización individual se debe promover para desarticular el terrorismo. 8. La política social debe contribuir a la pacificación del país. 9. Reparación expedita a las víctimas de la violencia sin generar incertidumbre ni deteriorar la confianza inversionista en el campo. 10. La paz no estará subordinada a intereses de gobiernos extranjeros. [Lea el texto completo del Decálogo aquí]

Esos son los principios que pueden crear las condiciones para una paz estable y duradera, en vez de capitular cobardemente ante un enemigo que pretende destruir nuestra democracia. No hay enemigos de la paz sino diferentes formas de conseguirla, pero cualquiera de ellas no representa la victoria ni conduce a la verdadera paz.

(Publicado en el periódico El Mundo, el 13 de mayo de 2013)

Posted by Saúl Hernández

Deja un comentario