La carrera por la reelección de Juan Manuel Santos no está trasegando por un camino de rosas. Apenas en los primeros kilómetros, el ‘yipao’ se le está atascando en un barrizal, del que no hay certeza de que se pueda librar, un pantano resbaloso y traicionero que se llama ‘negociaciones con las Farc’.

El signo más inquietante, hasta ahora, de que el Gobierno está con el barro hasta el cuello es la reciente encuesta de Datexco para W Radio, y no propiamente por esa edulcorada cifra de que el 60 por ciento de los colombianos no apoyaría la reelección de Santos, sino por el apabullante 87,7 por ciento de encuestados que expresaron que no votarán por él si se lanza por la reelección: es decir, nueve de cada diez no reelegirían a Juan Manuel.

Por cierto que no es una tendencia nueva. En diciembre, dos sondeos realizados por Internet arrojaron resultados sorprendentes: el primero fue de Noticias RCN, que, al preguntar por el personaje del año, dejó a Santos en el noveno lugar, entre 10 personajes propuestos, con tan solo el 0,7 por ciento de la votación (Uribe quedó de segundo, detrás de Falcao García, con 27,1).

El segundo sondeo, de La FM Radio, indagó lo mismo, pero al revés, preguntando por el antipersonaje del año en Colombia. Santos ocupó el primerísimo lugar, con 37,1 por ciento y le sacó más de 20 puntos al segundo, Gustavo Petro, a pesar de que este, a finales del año, naufragaba en el escándalo de las basuras, lo que demuestra el crítico estado de la imagen del Presidente.

Pero esos no son más que indicadores; el diagnóstico lo tiene suficientemente claro el colombiano de a pie: 1) Santos usó la plataforma del uribismo para elegirse; 2) hizo a un lado su propio ideario de campaña (las locomotoras) enterrando la prometida ‘prosperidad democrática’, y 3) puso a marchar estrategias efectistas (la negociación con las Farc) y demagógicas (las casas gratis para unos pocos) para reelegirse y ganar notoriedad internacional.

En consecuencia, para la generalidad de los colombianos no es fácil pensar en la reelección de un gobierno que no la merecería como premio a sus realizaciones, ni la necesitaría para consolidar logros hasta ahora inexistentes. De hecho, lo que las mayorías sienten es que con Santos volvimos al pasado, de manera que darle más tiempo significaría retroceder más.

Paradójicamente, el Gobierno sigue pensando que el asunto se soluciona cambiando de asesores de imagen o implementando nuevas estrategias de comunicación y no parece o no quiere entender que el problema es el desastroso resultado del irreflexivo timonazo que Santos le dio al barco, sobre todo en materia de seguridad, con el agravante de que lo que pase en La Habana difícilmente va a sacar el carro del lodazal, puesto que allá no se va a dar nada en beneficio del país, sino en beneficio de las Farc, y los intereses del uno y las otras se oponen.

Si la negociación con la guerrilla tuvo, en algún momento, el beneplácito de los colombianos, es evidente que ya no lo tiene. La gente no es tan tonta como para no entender que no hay voluntad de paz de las Farc y que esta guerrilla solo anda en plan de sacarle partido al papayazo que le dieron, como intenta hacerlo con ese cuento de la tregua bilateral, que, en la práctica, es un despeje de todo el país.

Lo único que desempantanaría el proceso y, de contera, la imagen de Santos es que las Farc se dejen de juegos y decidan hacer la paz aceptando una salida decorosa. Pero eso no va a pasar, y aunque no es seguro que así se enderecen las encuestas, muchos intuyen que Santos está esperando una circunstancia propicia para levantarse de la mesa y culpar del fracaso a los que él llama «enemigos de la paz» solo por oponernos a la legalización del terrorismo. Ya la historia recordará esto como la peor embarrada de su gobierno.

(Publicado en el periódico El Tiempo, el 26 de febrero de 2013)

Posted by Saúl Hernández

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