Medellín siempre ha sido la mejor ciudad de Colombia, y no por fruto del azar: en este pequeño valle de clima primaveral confluían los caminos entre Santa Fe de Antioquia y Rionegro, poblaciones que se disputaban ser capital del Departamento de Antioquia, y entre la Costa Atlántica y todo el Occidente colombiano. Así que aquí se radicaron muchas personas que, además de tener en su idiosincrasia el empuje que caracteriza al antioqueño, contaban con capital acumulado por la explotación del oro y el incipiente negocio del café. Eso creó una élite económica que emprendió el desarrollo de la industria y el comercio nacionales con Medellín como epicentro.
Sería interminable enumerar los hechos y personajes que hacen destacar a los antioqueños como pioneros en Colombia de casi todos los avances del quehacer humano. Pero es preciso no dejarse llevar por cantos de sirena y ponderar, en su debida magnitud, el reconocimiento que acaba de recibir la ciudad.
Hay que aclarar que Medellín fue designada como la ciudad más innovadora del mundo por su “progreso y potencial”, mientras Nueva York competía por su “alto nivel cultural y su expectativa de vida” y Tel Aviv por su “liderazgo en tecnología e investigación”. Es decir, no es que Medellín sea la mejor en todo, sino que, probablemente, impresionó por lo de siempre: en vez de la ciudad sórdida que muchos imaginan, lo que descubren es una ciudad limpia, con calles pavimentadas, servicios públicos de excelencia y gente amable. El contraste entre lo que esperan y lo que encuentran, enamora a los foráneos.
De otra parte, se trata de un premio que no tiene la importancia que algunos le atribuyen. No es una noticia que le dé la vuelta al mundo u ocupe la primera plana de los diarios europeos. ¿Cuál ciudad lo obtuvo el año pasado? ¿Y el antepasado? Si acaso, es importante por la consistencia, porque se suma a otros reconocimientos que ha obtenido la ciudad como el estar entre los diez mejores alumbrados navideños del mundo o ser una de las mejores ciudades del mundo para personas jubiladas.
Lamentablemente, este tipo de reconocimientos suele ser perjudicial porque termina por ocultar los verdaderos problemas de la ciudad y puede generar un estado de complacencia que le haga dormirse en los laureles a una sociedad que está dormida hace rato. La desindustrialización y deslocalización industrial de Medellín, en los últimos años, ha sido pavorosa, tanto que parece que hemos retrocedido en vez de avanzar. Nuestras más importantes empresas invierten recursos multimillonarios en el extranjero (Argos, Nutresa, Sura, Bancolombia, Éxito, Epm, Grupo Mundial, etc.) mientras la ciudad se ahoga en un profundo desempleo estructural, de por lo menos el 12%, y en una informalidad laboral que ronda el 50%.
La palabra ‘innovar’ significa introducir novedades, nuevos usos. Y, en ese sentido, solo el metro cable, usado como transporte público urbano y no como transporte turístico, y las escaleras eléctricas al aire libre, para uso de los moradores de un barrio humilde, califican en esa definición. De resto, poco de innovación. Hay parques-biblioteca pero sin libros ni lectores y ‘colegios de calidad’ que tienen de todo, menos calidad.
Uno quisiera que los estudiantes de Medellín fueran los mejores de Colombia y no de los peores, pero el promedio en matemáticas de los estudiantes antioqueños lo dice todo: en las pruebas Saber fue de 2,2; en las Olimpiadas del Conocimiento fue de 1,8, y en el examen de admisión de la Universidad de Antioquia fue de 1,7. Además, nuestros estudiantes tienen un bajísimo nivel de comprensión de lectura y el dominio del inglés en la ciudad es bajísimo. Esa es la realidad de “Medellín (o Antioquia), la más educada”.
Uno quisiera que nuestras universidades ocuparan lugares destacados en el ranking regional, pero ni aparecen, y que nuestros hospitales no ocuparan puestos tan secundarios a pesar de su largo historial en práctica de transplantes y procedimientos de alta complejidad. Y sería preferible mejorar algunos puestos en materia de competitividad o en el índice de las mejores ciudades latinoamericanas para hacer negocios, donde Medellín apenas ocupa el puesto 20.
Nuestro máximo logro sería hacer que en nuestra ciudad rija el imperio de la ley. Solo el acatamiento de las normas nos puede hacer crecer, y en eso seguimos mal. Muy bueno el premio, pero lo peor que nos podría pasar sería tragarnos el cuento de que en realidad somos la ciudad más innovadora del mundo cuando apenas somos la punta de lanza de un país atrasado. Innovación es que actuemos como una sociedad madura y no nos dejemos obnubilar por un falso brillo de oropel.
(Publicado en el periódico El Mundo, el 4 de marzo de 2013)
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