Lo primero que debe generar un proceso de paz, para que germine, es confianza entre la ciudadanía, cosa que este de La Habana no ofrece porque no se ve que de allí pueda brotar algo similar a la paz que soñamos o imaginamos, sin lo cual la negociación carece de sentido.

¿Por qué no puede esperarse que de este proceso brote un clima de tranquilidad y convivencia? La realidad es que las Farc están muy mermadas, no tienen el poder de sus tiempos de gloria y, aunque siguen representando un grave peligro para los colombianos, no constituyen la primera causa de muerte violenta en el país. Según Forensis 2010 (Instituto de Medicina Legal), el 9,69 por ciento de los homicidios de ese año (1.962 casos de un total de 17.459) fue ocasionado por venganza o ajuste de cuentas; el 5,1 por ciento (891), por riña; el 2,83 por ciento (494), por atraco callejero, y solo el 2,16 por ciento (377) se atribuyó a acción guerrillera. [VER CUADRO AQUÍ]

A su vez, Forensis 2011 les atribuye 269 homicidios a las Farc, 25 al Eln y 71 a otras guerrillas, para un total de 365 víctimas mortales (una diaria), que representan el 2,2 por ciento de los 16.554 homicidios cometidos ese año. [VER CUADRO AQUÍ] Podrían ser más, pues en la mitad de los casos no está identificado el agresor, pero, aunque no sea correcto decirlo tratándose de vidas humanas, son estadísticamente insignificantes.

Por eso, sin querer minimizar el carácter deletéreo de las Farc y el peligro que representan, es forzoso preguntarse qué tanto vale la pena hacerle concesiones a un grupo terrorista que no tiene mayor representatividad en la población, que debería estar derrotado —como las guerrillas peruanas— si no fuera por el apoyo que han recibido de gobiernos vecinos y las vacilaciones de la actual administración, y que no es determinante en nuestros índices de violencia. Es decir, de alrededor de 15.000 homicidios anuales, la ‘paz’ con las Farc nos traería, en teoría, una reducción de 300 muertes. Y digo que en teoría, porque, en la práctica, las etapas de postconflicto suelen acarrear un recrudecimiento de la violencia al transformarse las diversas dinámicas delictivas asociadas al conflicto.

Por su parte, algunos economistas y empresarios lanzan al vuelo cifras alegres sobre el crecimiento del PIB cuando se haga la ‘paz’ con las Farc. Dicen que el incremento sería de por lo menos un punto porcentual y otros se atreven a sugerir que sería mucho mayor. Pero esa es solo una especulación basada en el supuesto de que, si Colombia crece a pesar de padecer una amenaza terrorista, sin esta tendría que crecer mucho más, cosa que no es necesariamente cierta porque la incidencia de las Farc en la economía, para bien o para mal, es marginal.

Algo similar ocurre con la creencia de que sin guerrilla se podrían disminuir enormemente los gastos en seguridad y volcar esos recursos a salud y educación. Cuentas alegres, de nuevo, que se hacen sin considerar lo que ya se mencionó del postconflicto y el problema de que en Colombia hay suficientes actores armados que entrarían a llenar el vacío que dejen nuestras Fuerzas Armadas en las regiones, y eso descontando que la desmovilización de las Farc sea real y no un cuento chino para engañar al país otra vez.

En síntesis, nada nos garantiza que la ‘paz’ con las Farc nos va a significar beneficios en nuestra tranquilidad —que se pueda pescar de noche, como decía Echandía— o en nuestro desarrollo económico. En cambio, hay muchas razones para creer que de ello resultarán enormes perjuicios, como el de abrirle la puerta a una aventura comunista que nos retrasará por décadas. Una concesión desmedida para un enemigo que se podría doblegar aplicando la ley.

(Publicado en el periódico El Tiempo, el 9 de abril de 2013)

Posted by Saúl Hernández

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