Siguen las Farc exigiendo una asamblea constituyente para refrendar las transformaciones que logren acordar con el Gobierno en La Habana. ¿Por qué? Porque saben que el pueblo colombiano no se va a tragar el sapo de la impunidad cuando haya que validarlo en las urnas mediante referendo. De una parte, será muy difícil que supere el umbral, y de la otra, los votos por el no estarán por encima del 70 por ciento.
En el Caguán se propuso una constituyente entreguista, que los subversivos desecharon por la arrogancia de esos años victoriosos. Se iba a componer de 50 integrantes, 25 provendrían de las filas guerrilleras y el resto serían mamertos escogidos a dedo por el gobierno de la época. Un contubernio de yo con yo, que debe de ser, más o menos, lo que las Farc están pretendiendo hoy.
Son ingenuos quienes creen que las Farc se van a prestar a una constituyente elegida por voto democrático, sin los privilegios absurdos que ofrece una circunscripción electoral especial, que los proveería de un número fijo de curules, mientras que las distintas fuerzas que se han sometido a las reglas de la democracia tendrían que pelearse en las urnas el resto de los asientos, que, viendo cómo se cocinan los diálogos de La Habana, no serán más de la mitad, pues se les ha dado a estos delincuentes la calidad de contraparte igual al Estado colombiano.
Tal es el absurdo que muchos observadores extranjeros creen que las Farc son algo así como la copiosa oposición siria, aplastada brutalmente por el régimen de Al Asad, o como el pueblo palestino, en permanente lucha territorial con el Estado de Israel. Si se enteraran de que las Farc, entre militantes y redes de apoyo, no alcanzan a constituir ni el 0,1 por ciento de la población colombiana, y de que su respaldo no va más allá del 2 o 3 por ciento, muchos de ellos se preguntarían por qué diablos se negocia con estos criminales. ¿A quién se le ocurrió semejante necedad? ¿Por qué no les dan cadena perpetua, como acaban de dictarle, en Perú, al último líder de Sendero Luminoso, o los 50 años que les impusieron a los autores de la masacre de 10 campesinos en Santa Rosa de Osos (Antioquia) en noviembre pasado?
Cuento aparte sería que la constituyente fuera mano a mano. Dice el senador Juan Carlos Vélez que las fuerzas uribistas se impondrían con holgura y que las Farc tendrían tan solo unas pocas sillas. Lógico, pero eso bien lo saben las Farc y sus amigos continentales. Por eso, el juego ahora será apretarle el nudo de la corbata al Mandela colombiano para ponerlo contra la pared y hacerle ver que su única salida es concederles a las Farc lo que pidan.
Eso de dialogar con estas a ver si de pronto “nos suena la flauta” deja como consecuencia que el Gobierno –que además es débil– tenga todas las de perder en el pulso con la guerrilla. Santos prometió una negociación rápida, que no duraría más de un año; sin embargo, se fueron seis meses en un solo punto, que ni siquiera está terminado, y nos están tratando de imponer –entre Gobierno y Farc– una reelección a las malas, con ideas como el periodo de dos añitos y la prórroga de un año para todos los cargos de elección popular, todo con el fin de dilatar este embuste. ¿Acaso el país olvida que así alargaron el circo del Caguán?
Es que los terroristas se sienten cómodos bebiendo whisky en Cuba mientras sus tropas matan inocentes en Colombia, y eso no va a cambiar. Insistirán en la constituyente no para “fundar un nuevo Estado de derecho”, como dice ‘Márquez’, sino para fundar un Estado marxista. Y en ese escenario deliberarán durante años si el país le vuelve a vender su destino a ese ludópata que ha querido jugarse el destino de todos.
(Publicado en el periódico El Tiempo, el 18 de junio de 2013)
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