Hemos dicho ya que el plato de la reelección está servido. Sin embargo, eso no quiere decir que se vaya a dar con facilidad. Bien sabemos que esto será un trago amargo para el país, una sopa de sapos que nos dejará indigestos por décadas y de cuya toxicidad se pueden esperar funestas consecuencias. Lo que se cierne es un panorama sombrío que nos hace ser pesimistas.
De todas maneras, las últimas encuestas indican que Santos no ganará en primera vuelta como sus áulicos han venido pregonando con insistencia y como lo han replicado connotados analistas, por lo que los estudios de Ipsos – Napoleón Franco (para Semana y RCN) y Datexco (para El Tiempo y la W Radio) deben haber caído como agua helada en Palacio.
Para un presidente que quiere reelegirse, y que lleva tres años y medio en el poder haciendo lo que se le viene en gana con partidas multimillonarias que han comprado a casi toda la clase política, y valiéndose de ofrecimientos demagógicos como el de las 100.000 casas gratuitas y del anhelo de paz de los colombianos para lograr algún grado de apoyo popular, tiene que ser una verdadera vergüenza que a 100 días de las elecciones esté perdiendo en intención de voto con el voto en blanco. En la de Ipsos, el voto en blanco lo supera 27% contra 25%, y en la de Datexco, 30,5% contra 24,4%.
Es más, entre quienes son partidarios de votar en blanco y quienes dicen que aún no han decidido por quién votar (23%, para Ipsos), está la mitad del electorado, y esta mitad no apoya a Santos. La intención de voto por el Presidente-candidato, en primera vuelta, apenas ronda el 25%, ese es su techo, y si bien cuenta con amplia ventaja sobre sus competidores, está muy lejos de sumar la mitad más uno. Pero es todavía más grave que, en segunda vuelta, su intención de voto apenas ronde el 40% con tendencia a la baja.
Esto recuerda el triunfo de Gustavo Petro en Bogotá, quien llegó a la Alcaldía con un pírrico 32% de votos a su favor gracias a la terquedad de cuatro enanos políticos (Parody, Galán, Luna y Peñalosa) que se repartieron los votos del Centro y la Derecha sin advertir a tiempo el grave daño que le estaban ocasionando a la ciudad. Triunfo de minorías que siempre afecta la gobernabilidad y le resta legitimidad a cualquier administración.
Igual puede ocurrirle a Santos pues no hay duda de que la mayoría de los colombianos no lo quieren reelegir. No quieren premiarlo por su gestión en la Presidencia porque consideran que no ha hecho méritos y porque muchos de esos votantes se sienten traicionados por el cambio de políticas de quien se eligió con unas banderas y ha gobernado con las contrarias. Si se reelige, que es lo más probable, será por descarte —como lo muestra el ascenso del voto en blanco— y con una escasa legitimidad.
Una muestra de que Santos tampoco la tiene fácil provino de la sorpresiva decisión del Partido Conservador de dejar la mermelada e ir con candidato propio a los comicios. Y, en pocos días, Martha Lucía Ramírez empezó a marcar bien en las encuestas. Para Datexco, en caso de segunda vuelta con Santos, Ramírez perdería con 30% frente a 38% del Presidente, lo que promete mejores resultados si logra cuajar una buena campaña. Como si fuera poco, la convención del Partido de la U fue un verdadero desastre por la escasa asistencia en todo el país.
Todo esto deja en evidencia que realmente existe una gran apatía por las próximas elecciones, pero sería irresponsable alentar la idea de que el voto en blanco es una solución cuando tan solo es una expresión de descontento que podría tener algunos efectos si constituye mayoría simple, caso en el que el cambio de candidatos podría llevarnos al escenario inédito de una presidencia en cabeza de alguien que no tenga suficiente peso en la cola o, peor aún, de una corriente política cuyas ideas sean más nefastas que las del mismo gobierno actual.
Eso es lo que buscan algunos nihilistas que promueven el voto en blanco: la posibilidad de abrirle espacio a una tercería insólita y dañina. Pero que Santos pierda con el doctor Blanco, al tiempo que se reelige, será una humillación merecida y un contundente mensaje de que no tiene el mandato para hacer lo que le venga en gana como ha hecho hasta hoy. Un triunfo amargo con sabor a derrota.
Claro que nada será más merecido que el que las mayorías logren manifestar su desaprobación conformando un bloque opositor que lo derrote de manera inobjetable. Lo malo es que ese escenario, al día de hoy, no se ve ni en las encuestas ni en las bolas de cristal de nadie.
(Publicado en Periódico Debate, el 10 de febrero de 2014)
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