epeñalosaNo cabe duda de que la consulta interna del Partido Verde disparó las posibilidades de Enrique Peñalosa a la Presidencia de la República. Sin embargo, para nadie es un secreto que ese respaldo de casi dos millones de votos debe tomarse con beneficio de inventario pues se trata de una votación mentirosa: no son votos suyos ni son votos verdes. Ese partido fue el único que realizó consulta interna y cualquiera podía votar. De hecho, aunque a algunos copartidarios de Peñalosa les moleste, se sabe que muchos uribistas le dieron su voto.

En consecuencia, puede afirmarse que el ascenso de Peñalosa es un globo como la famosa ola verde de hace cuatro años. Uno que, no obstante, lo podría impulsar lo suficiente como para meterse en segunda vuelta a disputarle el triunfo a un Santos que a pesar del reguero de mermelada no logra superar el 25% en las encuestas, convirtiéndose así en la famosa tercería que se ha venido planteando hace rato. Claro que elegir entre Santos y Peñalosa es un dilema que equivale a escoger entre el cáncer y el sida.

En efecto, a pesar de que muchos consideran que cualquier cosa sería mejor que reelegir a Santos, Peñalosa indefectiblemente trae a la memoria aquel aserto de que “es mejor malo conocido que bueno por conocer”. En gracia de discusión, no se puede dejar de reconocer que el doctor Peñalosa es un buen administrador, un buen ejecutor y un funcionario al que le rinden los recursos, lo que quiere decir que es eficiente en el manejo del tiempo y del dinero, cosa poco común entre nuestros dirigentes.

Pero a pesar de que suele catalogársele como un político de derecha, Peñalosa maneja unas extrañas obsesiones socialistoides de las que no se despega ni un milímetro y que lo convierten en un ser intransigente. Así, a la par que desarrollaba en Bogotá una red de colegios públicos en barrios marginados, bibliotecas y ciclovías, se empecinó también en cosas como combatir el uso de vehículo particular y eliminar los cerramientos privados para convertirlos en espacio público sin reparar en la seguridad.

A él se le deben malas ideas que se han difuminado por el país como plagas, ya que conllevan soluciones facilistas a problemas que requieren mayor creatividad. Por ejemplo, impuso el pico y placa como solución a la movilidad. Igualmente, desde que inició el Transmilenio hubo voces que advirtieron que los sistemas BRT (Bus Rapid Transit) terminan colapsando cuando se les usa como eje vertebral del transporte masivo en megaurbes como la capital. Aun así, Peñalosa no solo ignoró esas advertencias sino que sigue sosteniendo que los BRT hacen lo mismo que un metro por la tercera parte del precio. Y aunque la crisis del Transmilenio habla por sí sola, pocos se atreven a contrariarlo dizque por tratarse de una autoridad en el tema, respetada a nivel mundial.

Para Peñalosa el metro es un embeleco promovido por “constructores de metros”, y por estar ranchado en la idea de negarles a los bogotanos un mejor medio de transporte, ha perdido las dos últimas elecciones a la Alcaldía de la capital. Bastará que, ahora como candidato presidencial, se niegue a impulsar su construcción para que pierda cualquier opción de ir a segunda vuelta.

En el fondo, lo más inquietante es que no es fácil especificar qué políticas representaría Enrique Peñalosa como presidente. Es todo un enigma porque en su trasegar ha tejido alianzas a todo lo largo del espectro político y el actual Partido Verde —parafraseando a Santos— es hoy una formación de ‘ultraizquierda’ que o se niega a apoyar a Peñalosa o lo condiciona a no acercarse al uribismo.

Pero el uribismo no tiene nada en común con un Peñalosa que al lanzar su campaña presidencial, a mediados del año anterior, resultó con la propuesta de que a las Farc hay que brindarles “perdón y olvido”, lo que matizó hace poco planteando que él ratificaría al equipo negociador en La Habana. Este señor no puede ser una tercería de nada, menos mal que, como siempre, no es más que un globo.

(Publicado en Periódico Debate, el 25 de marzo de 2014)

Posted by Saúl Hernández

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