La política exterior era el aspecto mejor calificado de la administración Santos. Sin embargo, en la última encuesta de Gallup esa percepción bajó del 64 al 36 por ciento, una caída de 28 puntos que envidiaría la más tenebrosa montaña rusa. El presidente de Ecuador les pide a sus ciudadanos no comprar nada en Colombia; el de Nicaragua, que aceptemos el despojo que nos hizo la Corte de La Haya, además de que nos amenaza con quitarnos más áreas marítimas; y el dictador de Venezuela expulsa como a perros a los connacionales que antes habían atraído con espejitos.

Y no es todo. En la OEA nos dieron un patadón, con todo y que se quiera destacar que se lograron 17 votos. Pero Panamá se sacó el clavo por haberlo incluido en la lista de paraísos fiscales, y todas esas republiquetas del (petro)Caribe, que tienen voto pero no hablan, se mantuvieron en sus reales en aras de la “ideología y los intereses monetarios”, como lo hemos sostenido desde hace años y como lo dijo el señor presidente Santos, quien desanduvo los pasos hasta sus épocas de ministro de Defensa y del columnista que más fustigó al chavismo: “Solo los tontos no cambian de opinión cuando cambian las circunstancias”.

A Unasur se decidió no ir para evitar una derrota aún más estruendosa. Punta de lanza del socialismo del siglo XXI, y bajo la deshonrosa conducción del inefable Ernesto Samper, lo que allí nos esperaba era una encerrona similar a la que soportó el expresidente Uribe –con un catarro de por medio– en Bariloche, en el 2009, cuando Hugo Chávez hizo una de sus acostumbradas pataletas para impedir que los gringos instalaran bases aéreas en Colombia.

Así, no es que en esa época estuviéramos aislados porque Uribe fuera pendenciero. No. Era el mismo cuento de la “ideología y los intereses monetarios”. Gobiernos vecinos escondían a terroristas colombianos de extrema izquierda por razones no solo ideológicas; hasta el ‘Mono Jojoy’ dejó para la posteridad la confesión de haber contribuido con dólares a la campaña de Rafael Correa.

No obstante, el cambio de postura del Gobierno ha sido tan sorprendente que no termina de convencer a muchos. Es imposible sostener a Maduro como garante de la paz que se negocia en Cuba al mismo tiempo que el fiscal Montealegre –el mismo que pide impunidad para las Farc– prepara una acusación en su contra ante la CPI y hasta se atreve a pedir su captura. Es imposible mantener relaciones con Venezuela mientras Maduro asegura que hay colombianos que lo quieren matar, con anuencia de Santos.

Sí, sabemos que Maduro es zafado de lengua, que ha denunciado 17 falsos atentados contra su vida y que, a pesar de que todas las pruebas indican que es colombiano, dice que sus antepasados son judíos provenientes de Holanda. Pero lo que ha hecho es muy grave como para que esto termine en un simple apretón de manos; a menos, claro, que esto sea una comedia de dos farsantes necesitados de sus propias cortinas de humo, pues el distractor ha funcionado hacia ambos lados de la frontera, tal vez más del nuestro, donde poco se volvió a hablar del ‘congresito’, del referendo en cuyas ancas vivía el doctor Santos montado o de las curules a dedo.

Se palpa una crisis mayúscula para cuando se agudice la situación en Venezuela y miles de colombianos y venezolanos crucen la frontera. El Gobierno tendrá que emplearlos en unos puestos que solo ve el director del Dane, y nos pedirá aportes como en una Teletón porque el erario está comprometido en contratos para Mockus, la Springer, la escuela Galán, las cortinas de Palacio, la expedición a la Antártida, el aumento para los congresistas, las 750 megapensiones que burlan el tope máximo y otro pocotón de vagabunderías.

(Publicado en el periódico El Tiempo, el 8 de septiembre de 2015)

Posted by Saúl Hernández

Deja un comentario