En una hermosa tarde de julio, el ‘mal tiempo’ hizo precipitar un avión a tierra. Un campesino dijo que se oyó un trueno pero que no llovía, y hay imágenes —tomadas por ese Gran Hermano que es el celular en manos de todo el mundo— que muestran la aeronave cayendo en barrena, botando humo negro, pero en medio de un horizonte limpio.
O, tal vez, sería un pedazo el que caía, pues otro testigo sentenció que el aparato se ‘desbarató en el aire’. ¿Quiso decir, acaso, que ‘explotó en el aire’? Porque, que se sepa, un avión no se parte en pedazos así, sin más ni más, ni siquiera por un rayo que lo impacte. También, podrían sus motores haberse congelado por el ‘mal clima’, pero eso riñe con la imagen del avión en llamas desplomándose en las sabanas del Cesar.
Igual de hermosa y soleada estaba la mañana del 4 de agosto en el Urabá antioqueño cuando otra nube asesina, en concierto criminal con una ladera, derribó un Black Hawk de la Policía. Otro percance atribuido al ‘mal tiempo’. No obstante, en una fotografía aérea del accidente se pueden apreciar hasta los diversos tonos de verde de la frondosa vegetación: no hay neblina, no hay nubes, no hay lluvia.
El ministro Villegas —el que desescaló el lenguaje hasta el punto de llamar ‘retención indebida’ a un secuestro—, dijo que el helicóptero se estrelló contra la ladera a 120 nudos, pero la región es casi plana y no hay señales de colisión con los árboles; más pareciera una caída en vertical. Claro que el señor Presidente sabe más que uno, y él dijo que la cola chocó contra algo y eso lo hizo caer. ¿Quiso decir que se dio de cola contra la ladera? Bueno, no sería lo único que ande de para atrás en este gobierno.
Como si a este costal le faltaran anzuelos, el general Palomino mencionó que los tres helicópteros (otros hablan de cinco) iban ametrallando, y si no lo hacían para contestar fuego enemigo deberían revisarse los protocolos porque no parece nada sensato andar por ahí disparando a la bartola. No sobra mencionar la grabación de un técnico informando que el Black Hawk tenía impactos en la panza, probablemente de tatucos, y los informes de ingreso a una clínica, donde se reporta un sobreviviente herido de bala.
Todo esto es más que un galimatías de una administración que vive preocupada dizque por no saber comunicar sus logros ‘nunca antes vistos’. ¿Por qué creerle a un gobierno mentiroso por naturaleza que se eligió con unas políticas y gobierna con otras muy distintas? ¿Un gobierno que negó durante meses que tuviera negociaciones secretas con las Farc y que ha tratado de ocultar sus acciones terroristas apresurándose a tender mantos de duda como en el atentado a Fernando Londoño?
Hay un claro antecedente. El gobierno trató de ocultar el derribamiento en Anorí (Antioquia) de un helicóptero civil en el que viajaba personal militar, el 9 de enero de 2014. Las denuncias del expresidente Uribe fueron negadas de plano para no admitir la ruptura del cese unilateral de entonces, pero el mismo ‘Timochenko’ reconoció la autoría en acción conjunta con el ELN. Nada raro tendría que ahora hayan actuado de consuno con los Úsuga, con quienes tienen una alianza comprobada, pero tampoco haría falta. Líderes indígenas afirman que hace más de dos meses llegaron miembros de grupos armados insurgentes al resguardo, y que ese martes 4 de agosto, hubo “bombardeos, ráfagas, tiroteos” y la posterior caída del helicóptero de la policía.
Y mientras Uribe asegura que altos oficiales confirman en privado el derribamiento del helicóptero, el ministro Villegas amenaza con expulsión de las FF. MM. a quienes filtren información confidencial. Luego, blanco es, frito se come.
La paz de Santos se cocina en un caldo de mentiras, tantas que para ser amigo de esa paz hay que ser enemigo de la verdad. O bañarse en mermelada como Natalia Springer, quien ha suscrito al menos cuatro ‘contratos para la paz’ con la Fiscalía y el misérrimo municipio de Valledupar, por valor de 5.676 millones de pesos. Un oprobioso negocio con la plata de todos los colombianos.
(Publicado en el periódico El Mundo, el 17 de agosto de 2015)
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