FarcsantosEl plebiscito que se ha inventado el régimen de Juan Manuel Santos constituye una decapitación de la democracia. Como un umbral del 50% sería tan ‘suicida’ como el referendo que el Presidente había prometido, lo degradaron a una cifra que representara un número de colombianos manejable con mermelada, al que puedan llevar de cabestro a las urnas a aprobar ese engendro.

Bien sabemos que los referendos exigen la participación de al menos el 25%, y que a este gobierno le pareció tan difícil alcanzarlo que promovió un cambio en la legislación para que se permitiera efectuarlo el mismo día de otra elección, pero ni esa ventaja les pareció suficiente. Además, el referendo exige preguntar cada tema por separado, lo que auguraba una derrota insalvable en temas que son inadmisibles para los colombianos como la impunidad.

Como Santos quiere meternos el “paquete” completo, echaron mano del plebiscito, mecanismo que suele contener una sola pregunta. Pero como el abstencionismo suele bordear el 50%, entendieron que sería imposible obtener la participación de la mitad del electorado, aun tratándose de un acuerdo tan ‘magnífico’ que promete ahogarnos en ríos de leche y miel. La complejidad del asunto salta a la vista: el censo electoral es de 33’820.199 electores, así que un plebiscito normalmente requeriría la participación de 16.9 millones de personas.

Veamos unos casos. En los recientes comicios regionales del 25 de octubre, la votación por todos los alcaldes del país alcanzó la cifra de 20’046.042 sufragios, para una participación cercana al 60%, pero en la segunda vuelta presidencial, el 15 de junio de 2014, tan solo hubo un total de sufragantes de 15’818.214, equivalente al 47,97% del censo electoral de entonces, que era de 32’975.158 colombianos. Es más, en la primera vuelta, con cinco candidatos, solo participó el 40% del potencial de sufragantes, prueba de que hasta en una votación de esa importancia, en un país presidencialista, es difícil lograr la participación de uno de cada dos habilitados para votar.

De hecho, Santos fue elegido con 7’839.342 votos, muy lejos de los 8’243.780 que constituirían el 25% del censo electoral de ese momento, por lo que no habrían alcanzado para validar un referendo. Es decir, ni siquiera uno de cada cuatro colombianos habilitados para votar, lo hizo por Santos el año anterior. Si en todos los comicios se exigiera un umbral nos veríamos abocados a repetir muchas de las elecciones para cargos de nombramiento popular, y a ver frustrados muchos esfuerzos por incrementar la participación en la toma de decisiones políticas como ocurrió con el recordado Referendo de 2003.

En efecto, en aquel entonces ni la altísima popularidad del presidente Uribe fue suficiente para que las preguntas del Referendo superaran el umbral. Solo lo logró una, la de la muerte política para los corruptos, en tanto que las demás se hundieron, en su mayoría, por cerca de 200.000 votos. Y todas eran afirmativas en un porcentaje cercano al 90%, puesto que los opositores se abstuvieron de acudir a las urnas para dejar que la guillotina del umbral lo sepultara. La gran diferencia es que las reglas fueron respetadas a pesar de que el censo no estaba depurado, y el veredicto fue aceptado a rajatabla. Jamás pasó por la cabeza de nadie la estrategia de acomodar las normas del juego para favorecer al dueño del balón.

Ahora el gobierno de Santos y su bancada congresional torcieron las normas con la fórmula insólita del umbralcito del 13% (4’396.626 electores) para ganar como sea. Eso equivale a un octavo del potencial de electores, o sea que esta trascendental decisión para el país podría ser tomada por solo uno de cada ocho personas habilitadas para votar, o por uno solo de cada 12 colombianos. Mínima legitimidad. Eso no es democracia.

Y como el oficialismo tiene suficiente margen de acción para alcanzar ese exiguo umbral, no cabe abstenerse; la estrategia tiene que ser salir a votar por el No para tener al menos la posibilidad de evitar esta hecatombe, y eso si tal plebiscito se lleva a cabo, pues las Farc no lo aceptan y Santos nos tiene acostumbrados a las patraseadas.

(Publicado en el periódico El Mundo, el 8 de diciembre de 2015)

Posted by Saúl Hernández

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