La sociedad occidental le da demasiada importancia al cambio de año. Se le confiere a esta fecha una especie de magia que hará que las cosas mejoren por sí solas, ignorando que el calendario es una convención humana tan caprichosa que cada cultura tiene el suyo (lo hay gregoriano, chino, judío, musulmán, hindú, maya, etc.), y el inicio de año se celebra en fechas distintas.

Tal vez, lo peor de estas celebraciones es esa especie de recriminación personal en la que convertimos el escrutinio de lo que se realizó durante el año que termina, lo que a menudo acrecienta las nostalgias y tristezas, y la formulación de una serie de propósitos que no solo rara vez se cumplen sino que casi nunca alcanzan a sobrevivir las cabañuelas de enero. Para mediados de mes, todo está olvidado.

Por eso, hay que preguntarse si vale la pena tomar estas fechas como si se tratara del fin de los tiempos, derivando en una especie de tara cultural que nos lleva a cometer excesos en diversos órdenes. Nos sobrepasamos en el comer, el beber, el adquirir cosas innecesarias, en el ruido, el trasnocho y mil cosas más, todo lo cual hace parte de un ritual que creemos que nos conducirá a un anhelado bienestar. Sin duda, una falsa ilusión por la que se incurre hasta en prácticas absurdas como los tales ‘agüeros’, ejecutados con el convencimiento de que nos van a asegurar las metas deseadas.

Pero, muy al contrario de lo esperado, muchos de estos excesos desgracian la vida de cientos de personas en cada diciembre: los quemados con pólvora, las víctimas de accidentes de tránsito, los que fallecen por balas pérdidas, los muertos y heridos que dejan las riñas por consumo de alcohol… No puede negarse, sin embargo, que el cerrar ciclos es un imperativo sicológico; urge, cada tanto, hacer borrón y cuenta nueva, hasta las cosas buenas hay que dejarlas atrás para poder seguir adelante. Un morral muy pesado no deja avanzar.

Todo esto apela directamente al ámbito emocional, es como si las personas reconocieran que el futuro es totalmente incierto, y que no hay más que sentarse a esperar lo que venga y como venga, pero con el convencimiento de que se debe esperar con eso que llaman positivismo o ‘energía positiva’ (no confundir con el positivismo filosófico de Comte), lo que se entiende como ser optimista, tener buena actitud y disposición abierta, creer, confiar, tener fe y esperanza, ser alegre y feliz…

Claro que si ese proceder fuera auténtico, no habría que hacerse riegos para la buena suerte porque seríamos felices con muy poco. Pero la realidad es que en el mundo de hoy lo que buscamos, en resumidas cuentas, es riqueza, tanta como sea posible para comprar hasta lo que no tiene precio. Borbotones de dinero como el que han producido esos gurúes que han sacado libros, películas, fragancias, bebedizos, anillos, pulseras, estampas, jabones y cualquier cantidad de cosas que nos venden con la promesa de que nos van a cambiar la suerte.

Estos charlatanes reducen el asunto a un solo punto: creer. A eso lo llaman ‘el secreto’. Si usted quiere ser millonario —dicen—, convénzase de que se va a ganar el Baloto. Si quiere conquistar una mujer bonita, suéñese con Miss Universo. Si quiere una casa lujosa, “visualícese” viviendo en una mansión de revista (ah, como propietario, no como el jardinero). No faltan personas afortunadas que terminan avalando estas sandeces, pero para el fracaso del resto, la excusa es que no tienen fe: ¡si tuvierais fe aunque fuera del tamaño de una semilla de mostaza!…

Esta misma añagaza emocional se aplica a la política, y es lo que nos van a vender con el taimado plebiscito. “No sea amargado, no sea enemigo de la paz, crea, confíe, visualícese nadando en un río de leche y miel…”. Muchos irán a votar embriagados de buenos propósitos y después vendrá una resaca que no se quitará con las heladas cervezas de rigor. Ahí sí entraremos en una nueva era de la que será muy difícil salir. No hay que creer en sortilegios y supersticiones, pero ¡ah malos que son los años bisiestos!

(Publicado en el periódico El Mundo, el 4 de enero de 2016)

 

Posted by Saúl Hernández

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