Don Santos redactó la pregunta que le dio la gana, pero hizo la “paz” que les dio la gana a los de las Farc. La pregunta es tramposa por donde se mire, y se pasa por la faja las indicaciones que había dado la Corte Constitucional: no se podía preguntar por la supuesta ‘paz’, sino por el negociado entre el Gobierno y los terroristas, esa refundación del país que está contenida en 297 páginas de socialhablamierdismo, llenas de minas quiebrapatas y verdaderas bombas atómicas, la pétrea e inmodificable constitución de la Nueva Colombia.
La pregunta dice: “¿Apoya usted el acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera?”, pero lo que la gente asimila es: “¿Apoya usted una paz estable y duradera?”. Ahí está la trampa, ¿quién va a decir que no? ¿Quién no quiere la paz, la salud, el dinero, el amor…? Además, ¿cómo así que ‘apoyar’? ‘Apoyar’ no es ‘aprobar’, uno apoya muchas causas aunque no las apruebe. Es como si quisieran quitarle el peso de la responsabilidad al elector. En la Constitución, las leyes se aprueban (o imprueban); el término ‘apoyar’ ni siquiera se usa como equivalente.
La pregunta clara y honesta, formulada con lógica y sentido común, y siguiendo los derroteros de la Corte, debió ser por el estilo de “¿Aprueba usted el acuerdo final alcanzado por el Gobierno para la terminación del conflicto con las Farc?”. Eso es lo que está en juego en el plebiscito, no otra cosa, pero en Palacio saben que aunque salgan encuestas favorables por el Sí, mencionar un gobierno cuya aceptación ronda el 20 por ciento y una red terrorista cuya favorabilidad compite con el margen de error es un verdadero haraquiri, de manera que ni se mencionan. Es como una partida de bautismo en la que no figuran ni el papá ni la mamá.
Por cierto, en una encuesta reciente las Farc aparecen ya con 11 por ciento de favorabilidad, eso es más de lo que tenía Chávez cuando Caldera lo sacó de prisión en 1994. Y ganó las elecciones presidenciales del 6 de diciembre de 1998. Tomen nota.
Ahora los partidarios del acuerdo andan recomendando no leerlo. Tal vez sea para evitar la fatiga visual del elector o el extraordinario esfuerzo intelectual que se requiere para entender ese bodrio, pues no todo ciudadano es iniciado en esos temas a los que no les mete diente ni Simoncito, el planeador. No en vano, este es el país con más abogados en todo el mundo, y el único consejo que dan gratis es no firmar nada sin leer.
Pero como aún entre cándidos e ignorantes abunda la malicia indígena, y como el documento por todas partes huele a gato encerrado, sugieren ignorarlo, no sea que la pobre viuda analfabeta se niegue a poner su firma. El otro problema es que un documento de esa densidad, de pura letra menuda por más amplia que se imprima, no se digiere ni en tres meses, pues de cada coma cuelga un orangután que permite las más amplias interpretaciones. De hecho, el acuerdo contempla una campaña pedagógica de seis meses (punto 6.5, pág. 191), que se hará después de votar, cuando ya nos hayan sacado los ojos, cuando ya para qué.
Y no es tan cierto que la CPI haya respaldado el acuerdo: doña Fatou exige “sanciones efectivas”, no la “grotesca impunidad” que denuncia Vivanco. Además, el Papa no se dejó instrumentalizar y los gringos no admitieron que los terroristas pudieran ir a la ONU.
De momento, los empresarios pueden ir poniendo las barbitas en remojo, no solo los de las 57 empresas mencionadas, sino los 13.000 que Montealegre dijo que irían ante la JEP. Acostumbrémonos porque aquí se produjo el sometimiento del Estado, no el de las Farc. Y ahora conteste: ¿Aprueba usted que nos gobiernen como les dé la gana?
(Publicado en el periódico El Tiempo, el 6 de septiembre de 2016)
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