Las primeras palabras que dirigió el nobel de paz a sus compatriotas fue para insultarlos de nuevo, tratándolos de “ignorantes que no se leyeron los acuerdos”. El pueblo le habló fuerte y claro al doctor Santos, pero parece que él padece una sordera profunda que también le impidió escuchar las palabras de Humberto de la Calle, cuando dijo: “Si gana el No, el acuerdo se cayó; no hay acuerdo”.
La hipoacusia del nobel le ha impedido entender que todo el Acuerdo Final se cayó el 2 de octubre y que toca repartir las cartas otra vez. Esto no se arregla colgándole un anexo aclaratorio de diez paginitas, ni es un asunto que se corrija de aquí al día de las brujas. Sería ideal que fuera una renegociación “de meses y no de años” –¿le suena?–, pero si se gastaron un sexenio en ese despropósito no se puede pretender ahora una solución a las carreras, como se quiso hacer con el plebiscito para que coincidiera con los tiempos del Comité noruego.
No, de las carreras no queda sino el cansancio. Pueden sonar largos los dos años de que habla Pastrana, pero el que crea que de aquí a diciembre se puede finiquitar la renegociación peca de optimista. Hay que aprovechar el único logro tangible de la mesa, como es el cese del fuego, y dialogar con sentido de urgencia pero sin precipitación para llegar a un verdadero acuerdo de paz –generosa, sí– y no a una simple claudicación ante un chantaje, a una paz extorsiva.
Por eso es deplorable ver las intentonas de desconocer el veredicto de las urnas. Repetir plebiscitos es típico de dictaduras: Chávez perdió el referendo del 2 de diciembre del 2007, pero por lo menos se aguantó más de un año antes de repetirlo el 15 de febrero del 2009, tocando temas que ya le habían sido negados, como el de su reelección indefinida.
¿Los empresarios que suscribieron una carta y los estudiantes que proclaman “acuerdo ya” son conscientes de que lo que están demandando es desconocer la decisión del pueblo soberano? ¿Ustedes apoyan un golpe de Estado?
Un nuevo plebiscito solo podría realizarse bajo el supuesto de que se le hagan cambios sustanciales al Acuerdo Final no solo en temas claves, sino en todo su conjunto, y que ante todo quede excluido del bloque de constitucionalidad. Mejor dicho, debe significar el votar por otro acuerdo, no por el mismo. Claro que las reglas impuestas por Santos son pasto para el conejo. Él menos que nadie puede decir qué es o no es “imposible”, él levantó todas las líneas rojas e hizo tantas concesiones que hasta Eta le pidió al Gobierno español un acuerdo igual para ellos.
Dice el doctor Luciano Marín –Ivancho para los amigos– que Luis Moreno Ocampo, exfiscal de la Corte Penal Internacional, calificó el acuerdo como “una obra de arte”, pero para Moreno, “el único acuerdo mejor que el de Colombia 2016 con las Farc es el de Colombia 2005 con los paramilitares (…). A Uribe la gente de izquierda lo empujó mucho para que los paramilitares fueran presos, y Uribe los mandó presos ocho años…”. Sobran los comentarios.
Ahora ‘The New York Times’ fustiga a Uribe como el “hombre que bloquea la paz”, pero a comienzos de año criticaba que “el acuerdo de justicia es deliberadamente vago”. ¿Será que ya no lo es? Ojalá que el estruendo del Nobel no nos suma en un diálogo de sordos.
(Publicado en el periódico El Tiempo, el 18 de octubre de 2016)
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