Esta columna fue escrita antes del plebiscito, en el entendido de que lo más probable era el triunfo del Sí. Se comparte por contener algunos comentarios que no pierden validez.
Tal vez el “impertinente” Kfir que tanto indispuso al ciudadano Rodrigo Londoño Echeverri el otro lunes en Cartagena, haya sido un maquiavélico recorderis de Santos para que las Farc mantengan presente que su destino en la selva era esperar que la muerte les cayera del cielo en medio de una derrota absoluta de la que esté las sacó para inventarse una paz que le signifique un premio Nobel. Pero lo que el susto puso en evidencia es que “el ladrón juzga por su condición”: solo a los bandidos se les ocurre un bombardeo sobre invitados especiales como en 2002, cuando las Farc atacaron la Casa de Nariño sin importarles que el mismísimo Chávez estaba a pocos metros en el Capitolio Nacional.
Con avión incluido, el show fue impecable, digna pieza de propaganda de un plebiscito en ciernes. El ambiguo perdón que “ofreció” don Rodrigo puso más votos que los gritos de señora menopáusica que el expresidente Gaviria ha venido profiriendo en el último mes. Hasta el Alcalde de Medellín se decidió a dar el Sí dizque por las palabras de arrepentimiento, pero todos sabemos que quien quiera recursos de papá Gobierno estaba obligado a pedalear hacia esa meta o someterse al olvido.
Hasta los terroristas de ETA coinciden en que, en realidad, este era “el mejor acuerdo posible”, pero para las Farc. Por eso le han pedido a España y Francia —no es un chiste— que les otorgue un acuerdo de paz como el de Colombia, aunque las comparaciones son odiosas: en 40 años, a ETA se le atribuyen 829 víctimas mortales, casi 21 por año; a las Farc, en 52 años, se le atribuyen 150.000 muertos, o sea 2.884 por año. Aun así, a los terroristas vascos, les exigen disolverse de forma incondicional, sin obtener amnistías, participación política o cualquiera otra de las desvergüenzas concedidas aquí.
Es que desde el extranjero dicen apoyar el acuerdo Santos-Farc, pero ningún país civilizado se tragaría ese cocinado, y menos ahora que nos venimos a enterar que solo tienen 5.765 combatientes, buen número de los cuales son mujeres y niños. Un David que venció al Goliat del Estado colombiano con sus 400.000 efectivos de las Fuerzas Armadas y de Policía, incluyendo al piloto del Kfir que conmocionó los esfínteres de don Rodrigo. Por cada guerrillero hay 70 uniformados y 8.673 ciudadanos; jamás tantos se habían arrodillado ante tan pocos; una perfecta partida de póquer ganada por el que faroleó sin tener nada.
Las Farc seguirán delinquiendo. Lo hizo Escobar, lo hicieron los Rodríguez, lo hicieron los cabecillas del paramilitarismo. Hace bien el nuevo fiscal en advertirles que desde esta semana sus nuevos crímenes son objeto de la justicia ordinaria. Los bienes que no hayan reportado serán perseguidos como enriquecimiento ilícito, y conductas como el secuestro, incluido el de los niños que mantienen en filas, serán vistos como delitos continuados y, por ende, castigables.
¿Palos en la rueda? Es que las Farc no pueden seguir en su mamadera de gallo de antes. Se dijo que el Día ‘D’ coincidiría con la firma de los acuerdos, pero pasó la firma del 25 de agosto, en La Habana, y nada; pasó el circo de Cartagena, y nada; pasó el plebiscito, y nada. Ahora, la guerrilla —¿o exguerrilla?— dice que primero tiene que expedirse una ley de amnistía y, entretanto, sigue armada, traficando drogas y cometiendo muchos otros delitos que la gente creía que iban a cesar de forma instantánea.
Solo resta prepararse para la chalequeada: ya se está hablando de IVA del 22 por ciento. Santos quebró al país y nos metió en una farsa recién tasada en US$ 31.000 millones a diez años, todo para que un delincuente ponga sus posaderas en el solio de Bolívar y se firme, simplemente, como “Rimo”.
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