Ante la escalada de la inflación del mes de enero, fijada por el Dane en 1,29%, y teniendo en el grupo de alimentos uno de los mayores jalonadores, el ministro de Agricultura salió con el disparate de que los supermercados son los culpables de la inflación; una barrabasada más propia de la revolución bolivariana, donde el desabastecimiento de pasta dental se debe a que la gente se cepilla tres veces al día.
La afirmación del ministro Iragorri se cae de su propio peso. Los supermercados solo comercializan el 10,9% de los alimentos que consumen los colombianos, por lo que no pueden ser los formadores de precios de una cadena que tiene numerosos intermediarios y otros factores que empeoran la situación.
Al gobierno de Santos se le está haciendo cada vez más difícil explicarle al país cómo es que llegamos a una situación tan adversa en materia económica, con más visos de empeorar que de mejorar, y le resulta más cómodo buscar culpables. Ya no se puede negar que el dólar, por encima de los 3.400 pesos, es una prueba fehaciente de la pérdida de confianza en nuestra economía. Se fue la inversión extranjera porque nadie sabe para dónde va el globo habanero o, lo que es peor, porque sospechan claramente cuál es su destino.
Y la comida importada es mucha, 10,6 millones de toneladas entre enero y noviembre de 2015. En lo que no se equivocó el Ministro fue en decir que la bandeja paisa ya no tiene nada hecho aquí. Y lo que sí se produce requiere insumos extranjeros, así que la carestía está asegurada con el solo incremento de la moneda gringa. A eso se le suma el efecto del Niño: si antes se producían diez tomates, hoy se producen cinco, y el resultado de la reducción en la oferta no es otro que el aumento del precio, cualquier ama de casa lo sabe.
Lo más irónico es que mientras los precios mundiales de los alimentos bajan, en Colombia siguen subiendo. Es decir, sucede lo mismo que con el precio de la gasolina, que hace sonreír a los gringos cuando tanquean el carro, y llorar a los colombianos. Según la FAO, los alimentos en los mercados internacionales, en 2015, fueron un 16% más baratos que en el año precedente y siguen con tendencia a la baja. En cambio, en ese mismo lapso, el costo de los alimentos en Colombia subió un 10,8%, siendo el rubro que más pesó en el dato de inflación.
Por cosas como estas es que provoca entre risa y rabia esa distinción que algún medio de comunicación extranjero le hizo a Mauricio Cárdenas como ‘mejor ministro de Hacienda de América’. ¡Si aquí todos los datos que está arrojando la economía son como los signos vitales de un moribundo!: las exportaciones en 2015 cayeron 34,9%, la venta de vehículos se desplomó un 21% en enero, el empleo informal está en 47,2% (aunque se teme que sea una cifra maquillada por el Dane) y la caja de almendras marca Palacio de Nariño cuesta 15 millones. El mejor ministro de América hasta tuvo la desfachatez de ponerle retrovisor al escándalo de Reficar, cuando él mismo lleva más de ocho años en la junta directiva de Ecopetrol.
Para mayor debacle, si es urgente una reforma tributaria para llenar un hueco que se calcula en 30 billones, qué decir con los costos de la paz farcosantista. El Gobierno anunció que el postconflicto tendrá un costo de 90 billones en los próximos diez años, más 16 billones adicionales en los primeros dos. O sea, en caso de firmarse la claudicación, se requerirán 17 billones en 2017, otros 17 en 2018 y 9 billones anuales en los ocho años siguientes.
Recordemos que cuando se han hecho reformas tributarias se ha logrado recaudar un par de billones, a lo sumo. Así que eso es, ni más ni menos, la quiebra del país, porque aparte de ese gasto nos dedicaremos a darles gusto a las Farc en todo, y su idea de modelo económico nada tiene que ver con la libre empresa aunque ‘Timochenko’ pretenda hacernos creer otra cosa en unas entrevistas que procuran lavarle la sangre de las manos.
Pronto culparán a los supermercados de que nos peleemos por la comida, como los vecinos.
(Publicado en el periódico El Mundo, el 16 de febrero de 2016)
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