Un informe de la Auditoría General de la Nación demuestra que los exmandantarios regionales Sergio Fajardo y Aníbal Gaviria son los campeones en despilfarro publicitario, pretendiendo ambos que los ciudadanos les financiemos sus anticipadas campañas presidenciales con nuestro dinero, el que pagamos en impuestos de todo tipo.
Según el informe, entre 2014 y 2015, el exalcalde de Medellín, Aníbal Gaviria, gastó 90.563 millones de pesos en publicidad y eventos, a los que se deben sumar las cifras malversadas por las diferentes ‘empresas’ del Municipio. La de mayor gasto en esta materia es Empresas Públicas de Medellín, con $65.129 millones. La siguen Metroparques, con $9.742 millones; Une Telecomunicaciones, con $9.111 millones; Fonvalmed, con $6.529 millones; la Empresa de Desarrollo Urbano, con $5.720 millones; el Instituto de Deportes y Recreación, con $5.109 millones; Plaza Mayor, con $3.429 millones; y la Empresa de Transporte Masivo del Valle de Aburrá, con $3.386 millones.
Por su parte, Sergio Fajardo ocupó el segundo lugar de esta maratón, con un desperdicio de 89.657 millones de pesos en publicidad y eventos, pero el informe de la Auditoría se queda corto al no incluir a dos ‘empresas’ del Departamento que mandan la parada en este tipo de gastos, como son la Beneficencia de Antioquia y la Fábrica de Licores de Antioquia. De hecho, no hace mucho se denunció que Fajardo se gastó 196.000 millones de pesos para divulgar su astuto eslogan de precampaña presidencial, “Antioquia la más educada”, mientras que la construcción de los 80 parques educativos, su programa bandera, costó 296.000 millones.
Para contrastar los datos, mencionemos que la Alcaldía de Cali gastó entre 2014 y 2015, durante la administración de Rodrigo Guerrero, casi la quinta parte de lo que se ejecutó en Medellín en materia de publicidad y eventos: 21.664 millones de pesos. Gran diferencia. Todo eso explica, en gran parte, la sobresaliente calificación de los máximos mandatarios antioqueños en todas las encuestas, la buena prensa de que gozan y las escasas críticas que reciben. Las altas dosis de mermelada repartida por este par de gobernantes crea una nociva distorsión que magnífica sus pequeños logros y minimiza grandes errores hasta tal punto que hoy ambos, Gaviria y Fajardo, son considerados como ‘presidenciables’.
Sin embargo, no está por demás aclarar que estas cifras de mermelada regional lucen ridículas al lado de las millonadas despilfarradas en mermelada santista, cuyos gastos en publicidad y eventos se registran en billones de pesos. En este tema, Juan Manuel Santos y sus asesores son unos maestros, lo que ha permitido que un presidente con apenas 16% de favorabilidad se sostenga en el poder a pesar de estar pactando la refundación de la patria con una banda de criminales.
Bien se dice que no hay santismo gratis, y gracias a que pululan los contratos con periodistas, académicos, pseudointelectuales y organizaciones de todo tipo, es que Santos puede abusar de la paciencia de los colombianos con su discurso monotemático de la fementida paz, cediendo a todas las exigencias de los terroristas, permitiendo abusos como el episodio de Conejo o cambiando de directrices, como cuando negó que nunca se había montado en el referendo y lo cambió por un plebiscito.
La obsecuencia de los medios, con sus maquinarias debidamente endulzadas, facilita que hechos graves discurran sin tropiezos y que los colombianos traguen entero sin notar aún cómo se cierra el nudo de la soga en nuestras gargantas. Justamente, mientras el país desataba una polémica inocua sobre la pertinencia de una cátedra de educación sexual para estudiantes de primaria, el Gobierno instauró una cátedra obligatoria sobre la paz, que no será otra cosa que un turbio vehículo de adoctrinamiento al estilo cubano o chavista. Así es muy fácil hacer una transición al comunismo en diez años: cuando los infantes que acaban de iniciar su primaria alcancen la edad de votar, estaremos perdidos.
(Publicado en el periódico El Mundo, el 1 de marzo de 2016)
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