Según el Área Metropolitana del Valle de Aburrá, entidad que ejerce la autoridad ambiental en Medellín y sus nueve municipios satélites (Bello, Copacabana, Girardota, Barbosa, Itagüí, Envigado, Sabaneta, La Estrella y Caldas), el 80 por ciento de la contaminación ambiental de esa subregión proviene de fuentes móviles y solo el 20 por ciento, de la ya casi inexistente industria. Es decir, en su mayor parte, del parque automotor, que ha crecido desmesuradamente, pasando de 478.000 vehículos en 2005 a 1.347.000 hoy, de los cuales 637.500 son automóviles, volquetas y buses, y 710.186 son motos.

De ese 80 por ciento, los camiones aportan el 36 por ciento; las motos, el 23 por ciento; las volquetas, el 22 por ciento; los buses, el 10 por ciento, y los carros particulares, un 6 por ciento, por lo que es incomprensible que las medidas para paliar la reciente crisis ambiental recayeran en los vehículos particulares (pico y placa de seis dígitos durante 12 horas diurnas), que son los que menos aportan al problema.

El epidemiólogo Elkin Martínez asegura que en Medellín mueren 3.000 personas cada año (8 al día) por problemas relacionados con la calidad del aire, y considera que no tiene sentido sacar de circulación a los carros que menos contaminan. (Periódico Gente, 31/3/2017). Los que deben salir de circulación son los vehículos movidos por diésel, responsables de casi todo el material particulado (PM 10 y PM 2,5) que nos está matando: camiones, volquetas y buses (entre ellos suman el 68 por ciento de la contaminación), que dejan un rastro de hollín no solo por el pésimo combustible de Ecopetrol, sino porque carecen del filtro de partículas que en estas páginas reclamaba el columnista Eduardo Behrentz (07/3/2017) para el caso de la también contaminada Bogotá.

Y la revisión técnico-mecánica es inútil: el 45 por ciento de los vehículos sometidos a control en Medellín se rajan; los CDA no son más que un gran negocio.

Pero a la par del crecimiento del parque automotor están el crecimiento poblacional y la agresiva deforestación de todo el conurbano, con lo que se ha perdido el equilibrio necesario para absorber los contaminantes. Ya hay cerca de 4 millones de habitantes en este ecosistema hipersensible, que no es un valle sino una estrechez, una hondonada; y se estima que hay un déficit de ¡700.000 árboles!

¿Cuánta gente más cabe en Medellín? Densificar significa más cemento, más vehículos y menos árboles. A esto hay que ponerle límites. Al proyecto Bosque Santo –¡qué ironía!– le aprobaron talar 224 árboles grandes (que, según estudios, son los que descontaminan), y al túnel de Oriente le autorizaron un ‘aprovechamiento’ (eufemismo que significa talar) de 36.313 árboles.

Hace un año se tuvo la primera emergencia ambiental, pero en estos 12 meses el alcalde Federico ha pasado de agache. Si bien los alcaldes de Medellín no se han cansado de tumbar árboles y sembrar cemento para lucro de las Odebrechts paisas, este tiene la responsabilidad de romper cemento para plantar árboles adultos, traídos del monte, y no esas maticas con las que se suelen ‘compensar’ las arboledas arrasadas, como ocurrió en Parques del Río, donde cerca de 700 grandes árboles fueron cercenados.

Además, el Alcalde deberá impulsar la movilidad eléctrica y erradicar el diésel contaminante. Lamentablemente, ya empezó mal anunciando la conversión a gas (lo que también es altamente pernicioso) de toda la flota oficial del municipio y la chatarrización de volquetas anteriores a 1982, cuando no deberían sobrepasar los 25 años de uso.

Alcalde, ya no es momento de mostrar power points ni de dejarse presionar para levantar medidas. Es hora de ejecutorias, el tiempo apremia.

(Publicado en el periódico El Tiempo, el 4 de abril de 2017).

Posted by Saúl Hernández

Deja un comentario