El 2018 es un año político, pero el quid será, otra vez, “la economía, estúpido”. Por eso, los candidatos aprovecharán para hacer populismo, aunque por estos días han estado más bien callados con respecto al aumento del salario mínimo. Las patronales no ofrecen más del 4 o 5 por ciento, mientras las centrales sindicales arrancaron con el 12, como si fueran pilotos de Avianca. Un salto difícil de dar mientras que tengamos una productividad tan bajita: para igualar lo que hace un gringo se necesitan cinco chibchombianos…

Me dirán que el senador Álvaro Uribe también está haciendo populismo al pedir que aumenten los salarios. La cartilla del sentido común sugiere que, si subimos los salarios un 10 %, mañana vendrá la escalada alcista a comerse el incremento. Valga decir que el mínimo ha ganado poder adquisitivo en los últimos años porque ha subido más que la inflación, pero aun así muchos se siguen preguntando dónde es que merca el Dane. Lo cierto es que, en esto del mínimo, hay que ver con lupa quiénes son los patronos.

Los cacaos colombianos caben en una salita, como lo muestra el hecho de que los cinco colombianos más ricos concentran el 12,5 % del PIB, según el ‘ranking’ del diario alemán ‘Die Welt’. En el fondo, lo grave no es la concentración de la riqueza sino el que nuestro PIB sea más bien modesto y haya bastante desigualdad. En Suecia, los cinco más ricos concentran el 18 % de su jugoso PIB, y sin embargo ese país es de los que encabezan el índice Gini por ser de los que tienen una distribución más equitativa del ingreso.

Según el Registro Único Empresarial y Social (Rues), el 94,7 % de las empresas registradas en Colombia son microempresas, o sea que tienen menos de diez empleados cada una; el 4,9 % son pequeñas y medianas, y solo algo así como el 0,3 % son grandes empresas. Además, según el Ministerio de Comercio, las micro, pequeñas y medianas empresas responden por el 80,8 % del empleo del país, donde la mitad de los asalariados devengan el mínimo.

Visto lo anterior, es apenas obvio que el aumento de los salarios golpee mucho más a miles de pequeños emprendedores que a nuestro diminuto clubcito de magnates. Y, como si fuera poco, ahí no están comprendidos los miles de trabajadores informales, que, según un estudio de la Universidad del Rosario, alcanzan el 65 %.

Ahora, de lo que no hay duda es de que es mejor aumentar el poder adquisitivo de la gente para estimular el consumo que agigantar los ingresos de un Estado derrochón que esfuma recursos en consultas de 40.000 millones de pesos, sobrecostos de 4.000 millones de dólares en una refinería o ‘míseros’ 223 millones en luces navideñas para la Casa de Nariño.

Populista es la propuesta que hace Piedad Esneda Córdoba de eliminar totalmente el IVA para estimular el consumo, aduciendo que los 35 billones que por ese concepto se van a recaudar este año se los pueden sacar a las grandes empresas (esas que son el 0,3 %) y al consumo suntuario, como las joyas, la ropa y las carteras que ella usa. ¿Para qué impulsar el consumo si “las colas (del desabastecimiento) hay que hacerlas con gusto”?

Realista, en cambio, es la propuesta de Sergio Fajardo de aumentar la edad para pensionarse, con el fin de evitar que estalle la bomba pensional (a lo que Santos le sacó el cuerpo), por esa verdad de Perogrullo de que “ahora vivimos más”. Una reflexión sensata que fue objeto de burla en las redes, pero que riñe con el discurso de los partidos de izquierda que lo apoyan y con su nefasta gestión financiera en la Gobernación de Antioquia.

Esperemos que el 2018 nos traiga un mandatario que sí nos guíe por la senda de la prosperidad y no haga trizas el mármol de sus promesas.

(Publicado en el periódico El Tiempo, el 26 de diciembre de 2017).

Posted by Saúl Hernández

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