Hace poco se hizo viral un video de una entrevista cualquiera, de las decenas que los medios del país hacen a diario. Era una simple opinión personal, pero guardaba en el fondo lo que todos los colombianos pensamos de la justicia hace rato. Fue lo que dijo el pasado 25 de julio el abogado Gilberto Tobón en el programa Nos cogió la noche, del canal de cable Cosmovisión, en Medellín: “El país está diseñado para robar. (…) Usted monta una bandola y se monta de gobernador, alcalde, ministro. (…) Robe bastante para que tenga suficiente dinero para pagar fiscales y jueces para que lo manden para la casa. Eso hay que pagarlo, y de contado; pagar buenos abogados, e influyentes, para que lo lleven allá. Y, finalmente, la bandola sale pa’ la casa, billonaria… Qué les pasó a los Nule, ¿no están en la casa, pues? ¿Dónde están los billones, dónde están?” (ver youtu.be/4G2EFrEOcd4).

Y no pasó ni un mes para que comprobáramos, gracias a la justicia norteamericana, la certeza de esas declaraciones y de nuestras sospechas: hasta los presidentes de la Corte Suprema de Justicia venden las sentencias. Ahora no nos vamos a comer el cuento de que Leonidas Bustos, Francisco Ricaurte y Camilo Tarquino son las únicas tres manzanas podridas. No, está corrupción es en todas las altas cortes y en todas las esferas de la justicia.

Pero, como si fuera poco, aquí los jueces no solo se venden por codicia, por ansias de riqueza que pueda pagar hasta las carnes firmes de ‘primeras damas’ más jóvenes, sino que nuestra justicia está altamente politizada e ideologizada, lo que es mucho más peligroso. No en vano, la picardía popular se refiere a estas asociaciones para delinquir como el ‘cartel de la toga’, el ‘partido judicial’ o la ‘dictadura de los jueces’.

Y así como venden absoluciones, también venden condenas. Por eso el auge del cartel de los falsos testigos. Aquí, entre abogados, jueces y fiscales corruptos, le dañan la vida a un inocente o convierten en santo al peor bandido. Todos hemos visto las irregularidades a la luz del día sin que nada pueda hacerse porque a los jueces se les ha dado un poder superlativo y son intocables.

Solo una justicia comprada libera a los Rodríguez Orejuela, ¿recuerdan? Solo una justicia sesgada absuelve al ELN por los hechos de Machuca (el tubo tuvo la culpa). Solo una justicia tendenciosa puede desechar el valor probatorio de los computadores de ‘Raúl Reyes’. Solo una justicia inmoral aduce obscenidades como esa de que “estamos en el siglo de los jueces” o que “el derecho no puede ser obstáculo para la paz”. Y solo una caterva de bandidos, aunque ataviados de toga y birrete, podrían acordar fallos condenatorios contra funcionarios de un gobierno dizque por “conveniencia política”. Y de estos no hay nadie preso; por el contrario, su red de contactos les garantiza jugosos contratos con el Estado para mantener su silencio. ¡Si esta gente hablara!

Bustos y compañía son la punta del iceberg, pero una punta muy chiquita. Aún así, aterra pensar cuántos torcidos tendrán a cuestas y cuán grande es el perjuicio causado a todo el país. No hay que ser Zygmunt Bauman para entender que “la ausencia de justicia obstruye el camino hacia la paz” (Tiempos líquidos, 2007), y esa ausencia la padecemos todos a diario.

Ahora bien, puede que sea cierto eso de que el problema no es de la justicia en sí sino de la sociedad misma. ¿Cuántos de esos indignados con el video del doctor Tobón son de los que se ponen furiosos cuando reciben una fotomulta y de los que exigen avisos de alerta en los sitios donde hay cámaras de fotodetección? Tenemos una cultura de cafres, pero algo va del ciudadano común al magistrado porque nadie espera que la sal se corrompa.

(Publicado en el periódico El Tiempo, el 22 de agosto de 2017).

Posted by Saúl Hernández

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