Sería bueno poder creer que Hidroituango y la definitiva segunda vuelta presidencial no tienen relación alguna, pero una catástrofe justo antes de los comicios del 17 de junio podría alterar la intención de voto de un importante número de electores. Petro viene insistiendo en que es hora de avanzar en fuentes alternativas de energía; se ha referido, entre otras cosas, a abandonar el petróleo y el carbón, a poner paneles solares en los techos de las casas y a estimular el uso de vehículos eléctricos, por lo que resultaría beneficiado por un eventual siniestro.

También, de tiempo atrás, la extrema izquierda que representa Petro se ha venido manifestando en contra de la construcción de hidroeléctricas, oponiéndose de diversas formas. Las Farc han sido el mayor enemigo de Hidroituango, y prácticamente fueron quienes obligaron a abandonar el proyecto de Porce IV en 2010, luego de un incremento exponencial de la población que se debía indemnizar y trasladar. Las Empresas Públicas de Medellín tenían censadas menos de 3.000 personas y mágicamente surgieron más de 15.000 reclamantes con comportamientos agresivos.

La izquierda ha venido adoctrinando a las comunidades pobres para que se manifiesten contra las grandes obras que traen progreso para todos. Por eso las consultas populares se han convertido, de manera paradójica, en trabas insuperables que dan al traste con toda clase de proyectos, logrando que las gentes más necesitadas caigan en la incongruencia de oponerse a las obras que pueden beneficiarlos. Mientras las comunidades más pobres, sobre todo de las zonas rurales, exigen tener energía eléctrica, ellas mismas se oponen a la construcción de las generadoras con toda clase de argumentos.

Para la muestra, las obras de la hidroeléctrica de El Quimbo, en el Huila, estuvieron a punto de ser paralizadas por quejas de la comunidad en el sentido de que se había afectado la cantidad de oxígeno de las aguas, disminuyendo ostensiblemente la pesca. A su vez, la central de Hidrosogamoso ha sido satanizada hasta el extremo de responsabilizarla de las altas temperaturas que se padecen en Barrancabermeja.

Por otra parte, se sabe que la región antioqueña —y sus pobladores— despierta los odios y las envidias de muchos, por lo que hay gente feliz a esperas de que la presa reviente y cause daños incalculables, incluso en términos de vidas humanas. Hasta pronostican que esta sería la ‘segunda tragedia más grande de la historia después de Chernobyl (1986)’, donde solo hubo 31 muertes directas, pero unas 9.000  indirectas, en los 20 años siguientes, debido a efectos de la radiación, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud.

Para gozo de esas mentes macabras, hay presas que han ocasionado grandes tragedias, como la de St. Francis, en California (EE. UU.), que provocó la muerte de 425 personas en 1928; la de Vajont, en Italia, que cobró más de 2.000 muertos en 1963; o la de Banqiao, en China, que dejó un saldo de 26.000 muertos en 1975, aunque la cifra se ha ajustado hasta los 230.000. Sin duda, negar la fragilidad humana es un absurdo, y aprovecharse de ella para profetizar desastres es una infamia.

Lamentablemente, esas mentecateces que se han dicho, al estilo de que “había que pedirle permiso al río”, hacen carrera en la medida en que el ambientalismo se ha convertido en puro activismo político de corte populista que muy hábilmente explota la extrema izquierda en su discurso contra las industrias extractivas, quedando los izquierdistas como adalides de la moral que nos defienden de un ‘capitalismo chupasangre’ al que, no obstante, le debemos más avances y más prosperidad de la que cualquiera se podía imaginar.

Toda esa diatriba la maneja muy bien Petro, y la gente la compra para aliviar el sentido de culpa que se tiene por la supuesta destrucción del medio ambiente. Esperemos que no se presente la calamidad en ciernes, y menos en un momento tan trascendental.

(Publicado en el periódico El Mundo, el 4 de junio de 2018).

Posted by Saúl Hernández

Deja un comentario