Muchas almas pías andan convencidas de que el reclamo de los estudiantes por más recursos públicos para las universidades obedece en realidad a un grave déficit por falta de financiación, pero poca información se ha recibido para considerar si las universidades manejan bien sus recursos o si, por el contrario, pululan en ellas males como la corrupción, el despilfarro y la ineficiencia.
Para empezar, sería importante analizar una reflexión de un profesor anónimo publicada en PeriodicoDebate.com (Universidad Pública: sus verdaderos enemigos, 04/10/2018), en la que se pone de manifiesto un hecho muy diciente: el presupuesto de la Universidad Nacional ronda los 1,3 billones de pesos en tanto que su población, entre estudiantes, profesores y empleados, no supera las 60.000 personas. En contraste, ninguna ciudad de menos de un millón de habitantes, en Colombia, tiene un presupuesto anual superior al medio billón de pesos para cubrir todas sus necesidades en materia de funcionamiento e inversión. Luego, ¿será muy pobre el presupuesto de la Nacional? Bueno, muchos dirán que no son cosas que se puedan comparar.
Otro tema que se menciona a menudo es que la baja financiación de las universidades públicas conlleva a una paupérrima remuneración del profesorado, y que con profesores mal pagos es imposible elevar la calidad de la educación. Sin embargo, el diario La República (10/10/2018) se dio a la tarea de indagar la escala salarial de los profesores de las universidades más acreditadas del país, dando como resultado que un profesor de tiempo completo, con doctorado, puede devengar hasta 16 millones mensuales en las universidades Javeriana y los Andes (privadas), y hasta 12 millones en la Nacional y la Universidad de Antioquia (públicas).
Pero, hay más. Ese informe revela que algunos profesores de la Nacional devengan más de 30 millones mensuales. En efecto, una columna del poeta Harold Alvarado Tenorio (Corrupción y Universidad Pública, PeriodicoDebate.com, 18/10/2018), confirma esa información con base en el documento ‘Estadísticas docentes de la Universidad Nacional de Colombia’, del año 2015. Y lo verdaderamente lamentable es que, a menudo, estos ‘genios’ que parecen más dignos de Harvard o el MIT, a duras penas suelen dictar, si acaso, un solo curso por semestre pues están más dedicados a la investigación que a la docencia. Mejor dicho, son profesores que no dan clases.
Ese es otro punto a considerar, cuyo análisis trae a colación el economista Luis Guillermo Vélez en un texto titulado Universidad pública: lo que se ve y lo que no se ve. Resulta que ahora las universidades públicas se han dedicado más a la investigación que a la docencia, dedicando a lo primero a los profesores titulares, que son los mejor preparados y mejor pagados, en tanto que la preparación de los nuevos profesionales, aspecto que se considera secundario, corre por cuenta de profesores de cátedra, cuya preparación no siempre es la mejor y cuya remuneración lo convierte en un mercenario que va de universidad en universidad para hacerse a su sueldo. De tal manera que buena parte del dinero con el que se financian las universidades públicas va a parar a investigaciones de dudosa utilidad.
Como si fuera poco, el columnista José Alvear Sanín (El mito del eterno déficit universitario, El Mundo, 16/10/2018), hace graves denuncias sobre “los sueldos desproporcionados y las prestaciones extralegales exageradas, los años sabáticos en el extranjero, las jugosas comisiones de estudio, la proliferación de nuevas carreras sin demanda laboral, las nutridas delegaciones a cuantos congresos y simposios hay, las costosas “investigaciones” de pacotilla, con las correspondientes publicaciones para el incremento permanente de salarios”, etc.
En fin. Estamos muy viejos como para no ver que tras las marchas estudiantiles se esconden intereses muy distintos al de, simplemente, tener una educación superior comparable a la de los países industrializados. Aquí, por sobre todo, prima el interés de propinarle a Iván Duque una gran derrota política. Es puro activismo de izquierda disfrazado de un anhelo de sabiduría que, a la postre, no se garantiza con ningún título.
(Publicado en el periódico El Mundo, el 22 de octubre de 2018).
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