El gran ganador de las elecciones regionales de ayer en Colombia se llama Gustavo Petro Urrego. ¿Por qué? Porque triunfó en Bogotá con su candidata Claudia López y, en Medellín, con su candidato Daniel Quintero Calle. Hay quienes dirán que eso no es cierto, que López era candidata de Fajardo y no de Petro, pero ese es un juego de apariencias. Claudia López es una política de extrema izquierda mucho más afín al discurso de Petro que a las medias tintas de Sergio Fajardo. Es una archienemiga del uribismo, tal como lo es Petro, mientras Fajardo siempre ha mostrado una tibia neutralidad («ni uribista ni antiuribista»). De hecho, López tuvo en su campaña a una de las más acérrimas enemigas del expresidente Uribe: la exalcaldesa de Apartadó, Gloria Cuartas.
En cuanto al nuevo alcalde de Medellín, el juego político es bastante conocido. Petro tiene muy mala imagen en la capital antioqueña, por lo que había que desligarlo de Quintero a como diera lugar. Así que este se presentó a los comicios como un candidato independiente a pesar de que no ha sido muy independiente que digamos; más bien, muy incoherente, un político que se ha arrimado a todos los partidos. Hace 15 años, se lanzó al Concejo de Medellín por el partido Conservador, pero perdió. En 2011, ayudó a su hermano a llegar al Concejo de Medellín por el Partido Verde, tras pedir avales en el Partido de la U y Cambio Radical. Su hermano pasó por el concejo sin pena ni gloria.
Por esa época, Quintero se inventó una formación política provocadora y anarquista llamada Partido del Tomate, dedicada a matonear a la clase política tradicional, incluyendo escraches en calle a tomatazo limpio. Quintero fue acusado por sus compañeros de robarse cuentas de redes sociales, bases de datos y de otras irregularidades. Posteriormente, se lanzó a la Cámara de Representantes por Bogotá a nombre del Partido Liberal, y volvió a perder. Pero, como por arte de birlibirloque, resultó de viceministro de las TIC (tecnologías de la información) en el protervo gobierno de Juan Manuel Santos y de allí salió a trabajar en la campaña presidencial de Petro, en donde se veía muy cómodo echando discursos que cerraba con una repetida frase de batalla: «¡soy Daniel Quintero Calle y quiero que Gustavo Petro sea mi presidente!».
Como es apenas obvio, lanzar un candidato en Medellín, el fortín del uribismo, con esos antecedentes, era un verdadero atrevimiento, pero se dio la oportunidad. Porque eso es Quintero Calle, un oportunista que aprovechó la contingencia del proyecto energético de Hidroituango para hacerse célebre con predicciones apocalípticas que, aunque no se cumplieron, le otorgaron gran notoriedad, sobre todo entre los jóvenes. En múltiples videos se dedicó a insinuar que el proyecto era insalvable y el colapso, inminente, y hasta incriminó a las Empresas Públicas de esconder y eliminar información sobre el tema, además de hacerles muchas otras críticas y acusaciones.
Ahora, con alguien tan sinuoso como Daniel Quintero al frente de la Alcaldía de Medellín, peligra el proyecto de Hidroituango, peligran las Empresas Públicas con su anuncio demagógico de bajar el costo de los servicios públicos y hasta peligra el metro de la ciudad, luego de proponer una nueva línea —subterránea, como le gusta a Petro (Sabaneta-Envigado-El Poblado-Centro-Robledo-Castilla-12 de Octubre)— que nunca ha hecho parte de los planes de expansión del sistema que por años han sido trazados con el mayor rigor técnico y financiero por parte de los expertos de la empresa Metro.
Pero, ¿cómo es que este vendedor de humo se convirtió en alcalde de la ciudad de Colombia más reacia a la izquierda? Quintero no solo fue lo suficientemente astuto para mostrarse como un outsider genuino, sin jefes ni ideologías, y totalmente desligado de Petro, e incluso de Santos, sino para entender que su triunfo sería posible si lograba romper la tendencia del electorado joven de mostrar indignación en las redes y las calles ante el establecimiento, pero no materializarla en las urnas por simple apatía ante el sistema electoral.
De todos es sabido que el sindicato de maestros (Fecode) ha adelantado una exitosa tarea de adoctrinamiento que tiene como fin el de establecer el socialismo en Colombia. Y, en ese aspecto, los avances son sustanciales. El nivel académico de los estudiantes colombianos es espantoso, pero lo que sí tienen claro es su oposición radical al sistema capitalista y su adhesión ciega a los ideales de izquierda.
El Señor de las Bolsas debe estar frotándose las manos, la efectividad de la fórmula está probada; si cayó Medellín, caerá el país en 2022, y eso si antes la izquierda continental no nos contagia de la fiebre con que quieren hacer arder a Latinoamérica. Estamos advertidos.
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