Guillermo Gaviria, gobernador de Antioquia, Gilberto Echeverri y ocho militares, todos secuestrados hace más de un año, fueron asesinados por las Farc.
Los hechos acaecidos este lunes en el municipio de Urrao, en Antioquia, son un capítulo más en esta historia de barbarie que está escribiendo las Farc, pero sin duda es uno de los más cruentos. Los militares habían sido capturados en diversas operaciones bélicas de la guerrilla y algunos de ellos tenían hasta seis años de cautiverio. Gaviria, gobernador de Antioquia, y Echeverri, uno de los hombres más queridos y notables del Departamento, fueron secuestrados mediante engaños el 21 de abril de 2002, cuando marchaban en una caminata de solidaridad hacia el municipio de Caicedo, un pueblo pobre del occidente que apenas sobrevive con algunas cosechas de café y que venía siendo azotado por las Farc, quienes se robaban los cargamentos del grano.
El Gobernador de Antioquia fue advertido de lo aventurado de tal marcha sin acompañamiento alguno de las fuerzas armadas, pues ya estaba el precedente del secuestro de Ingrid Betancur, semanas atrás, en plena campaña presidencial. Pocos kilómetros antes de llegar a la cabecera municipal de Caicedo, tras varios días de camino a pie, guerrilleros de las Farc cerraron el paso a los marchantes y exigieron explicaciones del asunto. El comandante del Frente 34 de las Farc, alias El Paisa, exigió que Gaviria fuese hasta su escondite para hablar con él acompañado de Gilberto Echeverri, un verdadero pez gordo de la dirigencia nacional que sólo atinó a recordarle al Gobernador que podría ser una imprudencia. Había de por medio, sin embargo, la ‘palabra’ de El Paisa, de respetarles sus vidas y su libertad. Ambos prohombres venían pregonando las teorías utópicas de la ‘noviolencia’, una especie de filosofía pacifista que va mucho más allá de «poner la otra mejilla» y cuya explicación es algo así como «no hacer nada, no defenderse porque el enemigo, tarde o temprano, se cansa de matar».
La filosofía de la ‘noviolencia’ es una bella quimera cristiana, desbordante de amor pero profundamente absurda. De hecho, es lo que hemos practicado los colombianos durante los últimos cien años y los violentos todavía no se han cansado; por el contrario, el reguero de muertos es espantoso y supera cualquier cálculo. No es tal teoría, de ninguna manera, lo que necesita Colombia, lo que la gran mayoría de colombianos pide es muy distinto, es autoridad, es uso de la fuerza debidamente ajustada a los límites constitucionales, es valor para enfrentar a los violentos. Sólo desde el pasado siete de agosto se está aplicando todo esto, y ya los resultados empezaron a verse, de ahí que las Farc se interesen tanto por un acuerdo humanitario lleno de exigencias que llevarían a limitar las operaciones militares en su contra. Con ello intentan engañar al pueblo colombiano con un supuesto primer paso para unos diálogos que conduzcan a la paz —como engañaron a Gilberto y a Guillermo—, pero el país ya está curtido y no cree en cuentos chinos.
La guerrilla de las Farc quiere repetir las mismas estrategias de Pablo Escobar, y parece olvidárseles o no saber que Escobar está muerto. El país transó con él a cambio de los notables personajes que secuestró entre 1990 y 1991, incluyendo al hoy vicepresidente Francisco Santos. La Constituyente del 91 se le arrodilló por entero y prohibió la extradición de colombianos. El gobierno de Gaviria le concedió todas las peticiones imaginables para ‘recluirlo’ en su propia casa de campo. ¿Qué se obtuvo con esa feria de impunidad? Más muertos, más bombas, más miseria… Negociar con Pablo Escobar fue un error inmenso, negociar con la guerrilla será uno peor.
Las Farc han dado de lo mismo: mientras más concesiones se les hace con más violencia responden. Nadie se les ha arrodillado tanto como el ex presidente Andrés Pastrana y las Farc sólo respondieron con más cinismo, más muertos y más burlas. Nunca las Farc mostraron un sólo gesto de buena voluntad, nunca dieron una señal de entendimiento, nunca cumplieron las promesas y todo pacto fue roto de manera unilateral. Incluso, nunca negaron que su propósito era gobernar sin silenciar los fusiles. Por todo eso, nadie puede ilusionarse con que un intercambio humanitario sea la puerta para negociar la paz, todo lo contrario, y si un intercambio no sirve para disminuir la intensidad de la guerra no debe hacerse.
El llamado canje humanitario es contraproducente para el país si se le otorgan ventajas a las Farc; sólo podría hacerse con las condiciones que expone el Presidente de la República: que debe ser para todos los secuestrados, incluyendo los de carácter económico; que debe ser de cara a la comunidad internacional; que debe ser por una sola vez; que no se harán despejes militares; que no se pueden liberar presos condenados por delitos de lesa humanidad; que los liberados no pueden regresar a las filas de la guerrilla —un país amigo tendrá que acogerlos y comprometerse a controlarlos—; y, finalmente, que haya un compromiso de las Farc para proscribir el secuestro como método de lucha, no importa si es de tipo político o económico.
Como puede verse, las condiciones son muchas y de difícil cumplimiento, lo que a las claras demuestra que el canje es imposible y no se realizará a menos que se dé un giro radical en las pretensiones de las Farc. El asesinato a sangre fría de estos once colombianos no puede ablandarnos, ceder ahora es padecer mañana; el camino correcto es el señalado por el presidente Uribe. Si las Farc hubiera abandonado vivos a los secuestrados no se podría hablar tanto de una victoria militar del Gobierno como de un gesto sensato de la guerrilla y, ahí sí, de una compuerta abierta para la paz dialogada que hoy por hoy está sellada y clausurada. La verdadera opción está en manos de los valientes soldados de Colombia.
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