El miércoles anterior se destapó Carlos Castaño en televisión, el jefe paramilitar al que se le atribuyen, por igual, proezas y villanías, dependiendo del cristal con que se miren. Proezas como desterrar la guerrilla —con extorsión y secuestro a cuestas— de Córdoba, Urabá, y el Magdalena Medio, y canalladas como todas las terribles masacres que ha cometido. Y no negó nada en este país de mentirosos, y convirtió el cinismo en un valor positivo.
Apareció Castaño. Después de verlo y oírlo, uno queda con la mente anestesiada y con cierto aire de satisfacción y —por qué no decirlo— hasta de admiración. Se muestra arrepentido y nada orgulloso de sus barbaridades y sabrá Dios si es sincero en todo eso o si es un gran manipulador: Nadie puede poner en duda la inteligencia de quién se suponía un ser bestial, ni la sensibilidad de alguien que recita a Benedetti de memoria.
Su sentido político y su astucia se hicieron evidentes. Ya había dado muestras cuando devolvió sana y salva a Piedad Córdoba y a dos activistas del IPC (una ONG de Medellín). Con la entrevista debió ganar tantos adeptos que si mañana mismo hubiera elecciones para alguna cosa, Castaño sería el ‘hombre’, no para presidente porque hasta en eso fue honrado: «no tengo estudios para aspirar a eso», pero sí para otros cargos. Y si a alguien le parece una inmoralidad votar por Castaño, que se haga a la idea bien rápido porque ese es uno de los precios de la paz y el hoy incierto futuro de Colombia.
La paz implica reconciliación a todos los niveles y el reconocimiento político de las fuerzas en conflicto. Para pensar en ella hay que empezar por hacer el ejercicio mental de imaginar al honorable senador Tirofijo, al ministro Gabino, al gobernador Carlos Castaño y otras ‘aberraciones’ del mismo talante. Sin embargo, no hay nada qué temer; no hay mucha diferencia entre Romaña y Marta Catalina Daniels o entre Granobles y el ex ministro Valenzuela, o aún entre la ignorancia campesina de Manuel Marulanda y la simpleza intelectual del actual mandatario.
Pero las Farc siguen dando palos de ciego: mientras Castaño ofrece su paz y visita de cortesía, el viejo Tirofijo se indigna como si fuera de mejor calaña. Lejos están —en las Farc— de tener la sinceridad de Castaño y muy cerca de la gazmoñería, de la hipocresía made in Colombia. En Europa se exhiben con emisarios del Gobierno ‘de pipí cogidos’ y aquí nos enseñan los dientes, gruñen y nos muerden.
Qué lástima que el optimismo de Castaño no pueda compartirse cuando dice que para finales de este año habrá cese del fuego por parte de la guerrilla. Habría que preguntarle a Pacheco y a Lucho Herrera si creen lo mismo, habría que preguntarle a los muertos de Carolina del Príncipe. La respuesta se hace evidente cuando se habla del Plan Colombia. ¿Qué hay de malo en tener dos batallones nuevos bien armados?
La desmovilización de las Farc no le va a dar la paz a Colombia pero le va evitar ignominias a muchos colombianos. Lo malo es que ellos no quieren y no son sinceros en eso, ellos siguen de espaldas al país, a una Colombia que quiere verlos con la misma valentía de Carlos Castaño, cara a cara y sin negar sus bestialidades… que aprendan del ejemplo.
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