Que las Farc devuelva a los canjeables que llevan siete años de secuestro si quiere evitar la extradición de Simón Trinidad a los Estados Unidos.
Especulan algunos que el gesto unilateral de indultar a 35 guerrilleros de las Farc, condenados por rebelión y no por delitos atroces, que se comprometieran bajo juramento a no regresar a las filas de esa agrupación ilegal, es una maniobra del Gobierno colombiano para quedar bien con todos menos con los secuestrados; con la comunidad internacional, con las familias de los plagiados, con los diversos grupos de presión y con la opinión pública, 75 por ciento de la cual está a favor del canje. De hecho, a lo largo de este proceso se ha esperado todo del Gobierno porque los jefes de las Farc son inconmovibles y el desespero de los dolientes los mueve a culpabilizar al Estado y no a la guerrilla.
Maniobra o no —un poco demorada además—, el gesto del Gobierno pondrá de manifiesto otra vez la nula voluntad de los guerrilleros para facilitar un canje que poco tiene de humanitario y sí mucho de estratégico, como lo demuestra la solicitud de desmilitarizar los municipios de Candelaria y Pradera en las goteras de Cali, donde el Ejército tiene de huida al comandante guerrillero Pablo Catatumbo. Las Farc presume que si los secuestrados no son lo suficientemente importantes para detener el Plan Patriota, podrían servir para darle respiro a uno de sus más importantes hombres. Sin embargo, previo al gesto del presidente Uribe, las Farc ya habían expedido un documento en el que declararon que son 500 los guerrilleros que pretenden a cambio de los 59 secuestrados —22 políticos, 34 policías y militares y tres ciudadanos estadounidenses—, y que su deseo es que regresen a las filas sin ningún compromiso, lo que significa que estamos viendo un capítulo más de esta telenovela.
Ahora las Farc introduce un nuevo elemento en su libreto: el galán Simón Trinidad, dispuesto a convertirse en interlocutor entre guerrilla y Gobierno a pesar de que en los 11 meses que ha estado en prisión se ha negado sistemáticamente a recibir parlamentarios y diversos personajes que han pretendido dialogar con él para tender puentes de entendimiento con miras a efectuar el canje. La expectativa había sido creada al darse el visto bueno de la Corte Suprema de Justicia a las extradiciones de Trinidad, Mancuso y el desaparecido Castaño, momento en el que Simón, ante el temor de terminar confinado en una cárcel gringa, de la que no podría volarse ni salir tras una negociación de paz —ni siquiera tras un supuesto triunfo de la guerrilla—, comenzó a sonar hasta de Niño Dios para los pesebres de todo el país.
Se preguntan algunos idiotas útiles por qué el gobierno de Israel, de radical extremaderecha, sí puede negociar para recuperar a sus ciudadanos como lo acaba de hacer con Egipto. Incluso, muchos dudan que los 500 guerrilleros que las Farc pretende recuperar sean fundamentales para recobrar su amainado poderío. Las Fuerzas Armadas han demostrado tener ya una gran capacidad para controlar los embates de la guerrilla y 500 hombres de más o de menos no parece que hagan la diferencia, sobre todo en la medida en que el Estado se siga fortaleciendo y mientras la política de Seguridad Democrática tenga continuidad por medio de la reelección del presidente Uribe o del triunfo de uno de sus adeptos, pero podría ser una medida peligrosa ante el contubernio de unas fuerzas de oposición que pretenden asfixiar las políticas gubernamentales y alentar el desgaste de Uribe para impedir su reelección, con lo que terminan trabajando en favor de la guerrilla.
Para los colombianos es un motivo de gran tristeza que se mantenga en la incertidumbre la suerte de 34 policías y militares, muchos de los cuales llevan ya siete años de secuestro. La suerte de los 22 políticos —incluyendo a Íngrid— y los tres norteamericanos no despierta tanta devoción. Además, de los más de tres mil secuestros anuales que hay en Colombia, las Farc es responsable de cuando menos la mitad, y esos no entran en el canje. Del otro lado, entre los 500 guerrilleros presos, hay hombres condenados por delitos atroces, cuadros muy bien entrenados, un numeroso grupo de mandos medios con cierta importancia y hasta combatientes rasos de los que se dice que conocen la ubicación de las multimillonarias guacas de las Farc. Por eso, no cabe duda de que la balanza está muy inclinada en favor de los terroristas.
Está bien que Uribe tenga gestos de ‘corazón grande’ con la guerrilla, como el de los 35 indultados, pero queremos de vuelta por lo menos a los militares y policías que tienen siete años de muerte en vida. Señor Presidente: exíjale ese gesto humanitario a las Farc en un plazo perentorio, que devuelvan esos hombres para las fiestas navideñas si no quieren que Simón Trinidad pase el Año Nuevo —y muchos más— en Estados Unidos. No creamos más en sus tretas y sus chantajes, ellos son los que deben medir muy bien las consecuencias de sus actos.